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Full text of "La corte de Risalia : zarzuela en dos actos, dividido el segundo en tres cuadros, original y en prosa"

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tOBTE  DE  BlSmi 

ZARZUELA  EN  DOS  ACTOS 
dividido  el  segundo  en  tres  cuadros,  original  y  en  prosa 

MÚSICA  DEL  MAESTRO 


300 


Copyright,  by  Antonio  Paso,  1914 

SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Calle  del  Prado,  niim.  24 


X  el  -4 


LA  CORTE  DE  RISALIA 


Efift  obra  es  propiedad  de  s'a  autorj  y  nadie  po- 
áTé,¡  Bin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla  en 
E'jpaña  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan  cele- 
brado, ó  se  celebren  en  adelante,  tratados  internado* 
nales  de  propiedad  literaria. 

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duction  réservés  povr  tcus  les  pays,  y  comprie  la  Sué' 
de,  la  Norvége  et  la  Hollande 


Qneda  hecho  el  depósito  que  m&rea  la  ley. 


LA  CORTE  DE  RISALIA 

ZARZUELA  EN  DOS  ACTOS 

DIVIDIDO  EL  SEGUNDO  EN  TEES  CÜADEOS 
original  y  en  prosa  de 

música  del  maestro 


Estrenada  en  el  TEATRO  APOLO  de  Madrid,  el  11  de  Abril 
de  1914 


MADRID 

9.  VBLASOO,  IMr.,  MABQÜÉS  DB  SANTA  AN4,  U  OUP. 

Teléfono  númeio  661 


1914 


REPARTO 


PERSONAJES 


ACTORES 


LA  REINA   Seta.  Maeco  (M.) 

BERTINA   Andbés. 

MARINELA   Leonís  (R.^ 

EFRONIA   CoETÉs  (P.) 

TEODORA   FoBTUNY. 

MARÍA   Mabco  (G.) 

ETEROLICIA   Moeeu. 

AMALIA   Montes. 

ADELIA.   Santama)íí  A. 

FERMINA   Cabcellee. 

VICENTE  XXIV.   Se.  Oetas. 

KALCÜNDIO.   Ontivebos. 

EL  PRINCIPE  OVILIO   Villa. 

FINANCIO  ,   S.  DEL  FiKO. 

ARMANDIO   SoTiLLO. 

DOCTOR  ASTENIO   Rüfabt. 

REVERENCIO   G  a  Valeeo. 

FISGONIO   Román 

EL  CONDE  RIGO   Castañé. 

EL  TENIENTE  ARNOLDO   Gutiéeeez 

RETAMA  ,  j  , 

UN  UJIER  \  Ibabeola. 

AYUDANTE  J.o   Román. 

IDEM  2.0   Costes. 

FAUSTINO   FiscHEE. 

MOZO  1.0    Castañé. 

IDEM  2.0   Gutiéeeez. 

IDEM  a.^   RoDEÍGUEZ, 

ALABARDERO  I.»   Llayna. 

UN  UJIER  FEO   CoEAO. 

UN  UJIER  GUAPO   Lozano. 

OTRO  IDEM   Seeeano, 

Damas,  guardias  marinas,  cortesanos,  escopeteros,  baile  y  cero- 
general 


La  acción  en  el  reino  imaginario  de  Risalia— Época  actual 


Darecha  é  izquierda,  las  del  actor 


ACTO  PRIMERO 


Interior  del  Palacio  Real,  en  la  Corte  imaginaria  de  Risalia.  La  esce- 
na representa  un  salón  antecámara  del  Rey.  Muebles  y  cortinajes 
muy  lujosos  y  de  estilo  moderno.  En  primer  término  izquierda 
del  actor  puerta  grande  que  conduce  á  las  habitaciones  reales.  En 
la  segunda  del  mismo  término,  entrada  á  la  de  los  infantes.  A  la 
derecha  del  actor,  en  el  centro  del  muro,  gran  puerta  de  entrada. 
En  el  foro,  ocupándolo  todo,  extensa  galería  de  cristales  con  diver- 
sas ventanas  que  dan  á  una  anchurosa  plaza,  distinguiéndose  á  lo 
lejos  el  puerto  de  Risalia,  con  buques  anclados  y  demás  detalles 
apropiados,  á  gusto  del  pintor.  Entre  la  primera  y  segunda  caja 
izquierda,  uua  gran  mesa  dorada,  con  sillón  dorado,  dando  espal- 
'  da  á  la  lateral  y  alrededor  tres  ó  cuatro  sillas  volantes.  Sillones  y 
sillas  repartidas  por  la  escena.  Cuadros,  lámparas,  recado  de  es- 
cribir lujoso,  timbre  de  mano,  etc.  Al  empezar  la  acción  son  las 
,  diez  de  la  mañana. 

ESCENA  PRIMERA 

Al  levantarse  el  telón,  la  escena  está  desierta.  Al  compás  de  una 
marcha  alabardera,  que  interpreta  la  orquesta,  entra  por  la  puerta 
de  la  derecha  un  OFICIAL  seguido  de  cuatro  ALABARDEROS;  que- 
dan en  escena  dos  de  ellos  y  el  Oficial  con  los  otros  dos  liace  mutis 
por  la  primera  izquierda,  volviendo  á  salir  con  otros  dos  alabarde- 
ros distintos,  que  quedan  en  la  escena,  repitiéndose  la  maniobra,  en 
la  segunda  izquierda,  efectuándose  el  relevo  de  las  reales  habitacio- 
nes, haciendo  mutis  definitivo  por  la  primera  derecha  con  los  cuatro 
alabarderos  relevados.  La  orquesta  continúa  pianlsimo  hasta  ter- 
minar 


ESCENA  II 


Uu  UJIER,  KALCUNDIO,  FINANCIO  y  ARMANDIO 

Sale  primero  ei  Ujier,  por  la  derecha,  se  coloca  en  el  dintel  de  la 
puerta  derecha  y  hace  una  reverencia  al  aparecer  los  ministros.  Los 
dos  primeros  visten  frac  con  banda  y  condecoraciones  y  el  último 
uniforme  militar.  Traen  bajo  el  brazo,  carteras  con  el  escudo  real  y 
dentro  los  expedientes  que  se  relacionan  á  su  tiempo 

Ka!.  (Entrando  y  quedando  al  lado  del  Ujier;  los  otros  pa- 

san al  centro.)  ¿De  manera  que  Su  Majes- 
tad?... 

Ujier  Su  Majestad,  señor  Presidente,  está  con  el 
médico  de  cámara — el  doctor  Astenio — y 
con  los  doctores  Francochelos  y  Piloso. 

Arm.  ¡Diablo!  ¿Acaso  la  preciosa  vida  de  Su  Ma- 

jestad?... 

Ujier  No;  nada  alarmante...  Segün  parece,  solo  se 
trata  de  substituir  la  medicación  vigorizan- 
te á  que  estaba  el  Rey  sometido,  por  otra 
más  activa. 

kál.  Caramba;  pues  vamos  á  tener  que  espe- 

rar. 

Ujier  Tal  creo.  Y  si  vuecencia,  señor  Presidente, 
no  me  favorece  empleando  mi  inutilidad, 
evádome. 

Ral.  ¿Qué  dice? 

Fin.  (Gritándole  al  oído.)  ¿Que  si  sc  puede  retirar? 

Ka!  ¡Ah!  (ai  ujier.)  Retírate.  (Vase  el  ujier.) 

Fin.  (a  Armandio.)  Hoy  oyc  menos  que  ayer. 

Arm.  (a  Financio.)  El  tiempo;  siempre  que  va  á  llo- 

ver se  pone  así;  pero  en  cuanto  escampa  se 
le  pasa. 

kal.  Señores  Consejeros:  si  á  ustedes  les  parece,. 

ínterin  sale  Su  Majestad,  podemos  cambiar 
impresiones  sobre  los  graves  sucesos  que 
pueden  acaecer  de  un  momento  á  otro,  (co- 

*  ^  gen  sillas  volantes  y  se  sientan  apartados  de  la  mesa; 

el  Presidente  en  medio.  Dejan  las  carteras  sobre  la 
mesa.) 

Fin.  ¿Pues  qué  pasa? 

Kal.  ¿Qué?  (Aplicando  el  oído.) 


Fin.  (En  voz  alta.)  ¿Que,  qué  pasa? 

Kal.  Pues  pasa,  señores,  que  el  momento  política 

actual,  puede  ser  en  la  historia  de  Risalia, 
un  momento  culminante  y  decisivo. 

fin.  ¡Caramba! 

Kal.  Culminante  y  decisivo,  no  quito  un  ápi- 


ce. Expongamos    los    hechos.    (Se  sientan.) 

El  Rey,  nuestro  señor,  Vicente  XXIV,  en- 
viudó hace  dos  años,  sin  que  le  hubiese 
quedado  sucesión  de  su  largo  matrimonio 
con  la  princesa  Lia  de  Esparta.  El  heredero 
seguro  del  trono,  era,  pues,  el  príncipe  Ovi- 
liode  Bramante,  sobrino  carnal  del  monarca 
y  muchacho  inteligente,  bravo  y  generoso. 

Artíl.  Es  un  bello  príncipe. 

Fin.  Merece  la  corona. 

Kal.  Su  Majestad  mandó  á  su  sobrino  y  heredero 

á  dar  la  vuelta  al  mundo  en  la  fragata  «Di- 
namita», para  que  completase  su  instruc- 
ción naval.  Alejóse  el  príncipe  Ovillo,  que- 
dóse solo  el  Rey  llorando  su  viudez  y  hete 
aquí  que  de  la  noche  á  la  mañana,  despre- 
ciando conveniencias  políticas,  va  el  mo- 
narca y  se  nos  casa.  ¿Y  con  quién  se  nos 
casa,  señores? 

Arm.  ¡Con  una  tontería  de  veintiún  años,  que 

quitadla  cabeza! 
Fin.  Eso  hay  que  decirlo;  ¡la  Reina  es  divina! 

Kal.  Bueno,  la  Reina  será  divina,  pero  tiene 

veintiún  años  y  el  Rey  cincuenta  y  ocho. 
Arm.  ¡No  tantos! 

Kal.  Cincuenta  y  ocho:  veintidós  que  lleva  rei- 

nando y  treinta  y  seis  que  tenía  cuando  su- 
cedió á  su  padre,  Segundo  III,  cincuenta  y 
ocho.  Y  de  cincuenta  y  ocho  llevo  seis... 

Fin.  ¡De  cincuenta  y  ocho  llevará  usted  cinco! 

Kal.  De  cincuenta  y  ocho  llevo  seis  oyéndoles  de- 

cir, que  aunque  enviudara,  no  volvería  á 
casarse;  y  miren  ustedes  con  lo  que  sale 
ahora. 

Arm.  Pero  ¿qué  teme  usted? 

Kaí.  Un   horrible  conflicto.  (Se  levantan  y  avanzan.) 

El  príncipe  Ovillo,  al  atravesar  el  mar  Rojo, 
recibió  por  un  marconigrama  la  nueva  del 
casamiento  de  su  tío,  puso  proa  á  Risalia  y 
esta  mañana  ha  llegado.  Ahí  fuera  en  la 


—  8  — 

bahía  tienen  ustedes  anclada  la  fragata.  El 
príncipe  vendrá  á  Palacio,  verá  á  su  tío  y 
ese,  ese  es  el  momento  que  yo  temo. 

Arm.  ¿Y  por  qué  lo  teme  usted? 

Kal.  Porque...  seamos  sinceros;  el  príncipe  puede 

creer  que  este  matrimonio  es  un  escamoteo 
de  su  presunta  herencia. 

Fin.  Y  con  razón;  porque  eso  de  que  esté  espe- 

rando  veinte  años  la  corona  y  luego  venga 
un  primo  y  se  la  lleve... 

Kal.  Hay  que  convenir  en  que  si  se  la  lleva,  no 

será  tan  primo. 

Arm.  Bueno;  pero  aquí,  en  confianza,  ¿ustedes 

creen  que  el  Rey  dejará  un  heredero? 

Fin.  Qué  sé  yo;  ¡está  tan  flojo!  Yo  le  encuentro 

cada  día  más  lleno  de  achaques.  Y  en  tales 
condiciones  físicas,  pregunto  yo:  ¿se  puede 
tener  sucesión? 

Kal.  Siendo  la  mujer  guapa,  sí. 

Arm.  ¿Qué  quiere  usted  decir? 

Kal.  Que  si  el  Rey...  bueno;  si  la  Reina  tiene  un 

hijo,  temo  una  sublevación,  que  sería  la 
única  que  empañara  la  historia  de  este  no- 
ble país. 

Arm.         ¡Qué  conflicto! 

Kal.  Además,  y  ya  completando  mi  franqueza, 

desde  que  el  monarca  se  c^só,  vengo  obser- 
vando, con  inquietud  primero,  con  indigna- 
ción después,  que  los  ayudantes  de  la  Reina 
son  excesivamente  bonitos. 

Fin.  En  efecto;  ni  el  teniente  Amoldo,  ni  el  con- 

de Rigo  de  Albian,  tienen  la  traza  guerrera 
adecuada  á  su  cargo. 

Kal.  Son  dos  nubes  de  perfume,  con  rumor  de 

sables  y  destellos  de  uniformes. 

Arm.  Silencio:  los  ayudantes. 

(Entran  por  la  derecha  RIGO  DE  ALBIAN  y  ARNOL- 
DO.  Llevan  pelucas  rubias;  visten  preciosos  y  elegan 
tes  uniformes;  sus  tipos  son  gallardos;  llevan  bigotes  á 
lo  Kaiser.  Saludan  con  una  inclinación  y  desaparecen 
segunda  izquierda.) 

Kal.  ¿Eh?...  ¿qué  tal?  Ahora  díganme  ustedes  si 

esos  dos  querubes,  no  son  para  escamar  no 
digo  yo  á  Vicente  XXIV,  sino  á  cualquier 
otro  monarca  por  muy  alta  que  tenga  la  nu- 
meración. 


9 


ESCENA  III 

DICHOS.  El  UJIER,  por  la  derecha.  En  seguida,  FISGONIO,   por  la 
misma  de  gran  uniforme 


Ujier         (Anunciando.)  El  señor  Gobernador  de  Risa- 
lia. 

Arm.  Hombre;  ¡el  gran  Fisgonio! 

Kal.  ¿Que  nos  querrá? 

Fin.  Que  pase.  (Vase  el  Ujier.) 

FÍ8.  (Entrando  y  saludando.  )  iSeñor  Presidente!  ¡Se- 

ñores Ministros! 

Kal.  ¿Qué  pasa,  señor  Gobernador,  que  parece 

usted  agitado? 

Fis.  Agitado  y  revuelto.  ¡Un  grave  conflicto! 

Kal.  ¡Un  conflicto! 

Fis.  No  sé  si  vuecencias  me  concederán  el  honor 


de  recordar,  que  hace  tiempo  vengo  persi- 
guiendo á  instancias  de  la  Junta  de  Damas 
«La  vereda  del  cielo»,  la  sicalipsis  que  se 
enseñoreaba  de  Risalia.  Pues  bien;  entre  la 
susodicha  vereda  y  un  servidor,  habíamos 
acabado  con  la  corrupción  ambiente,  cuan- 
do hete  aquí  que  uno  de  mis  delegados  ha 
recogido  de  algunos  escaparates  vaiias  pos- 
tales de  la  «Bella  Contornos»,  que...  Pero  ¿á 
qué  detallar?  véalas  vuecencias  y  horrorí- 
cense. (Saca  unas  postales  y  entrega  una  á  cada  mi 
nistro.  )  Aquí,  sin  blusa;  aquí  sin  camisa; 
aquí...  sin  vergüenza. 

Música 


Fin.  ¡Jesús,  qué  desnudez! 

Arm.  Es  esto  ya  el  Non  plus. 

Kal.  ¡Jesús,  qué  morvidez! 

Los  tres  ¡Jesús!  ¡Jesús!  ¡Jesús! 


Esta  procacidad 

debemos  corregir. 

Es  una  atrocidad 

que  no  hay  que  consentir. 


—  10  ^ 


Tamaña  exhibición 
penada  debe  ser. 
¡Est'í  en  tal  posición 
que  no  se  puede  ver! 

¡Qué  vergüenza! 

¡Qué  mancilla! 

¡Qué  descoco! 

¡Qué  chiquilla! 

(Evolucionan.) 


Está  reclinada  (Mirando  las  postales.)- 

sobre  una  ches-lo?i, 

Y  por  todo  traje 
lleva  un  cinturón. 
De  color  de  rosa 
que  hace  resaltar, 
una  hebilla  grande 
negra,  de  metal. 
Calza  unos  chapines 
con  un  gran  pompón, 
y  lleva  unas  medias 
de  color  marrón. 

Y  en  la  cabecita 
sólo  se  la  ve 
una  capotita 
forma  de  Bebé; 

el  pelito  suelto  ^ 
le  cae  por  detrás... 
y  ni  más  ni  menos, 
ni  menos  ni  más. 


Fin.  ¡Qué  insolencia,  madre  mía! 

Kal.  ¡Qué  sinvergonzonería! 

Arm.  ¡Estas  son  aventureras! 

Kal.  (¡Y  estas  son  unas  caderas!) 

Los  tres        Para  mí,  que  estas  señoras, 
encanallan  la  nación. 
Para  mí  que  hay  que  prohibirlas. 
Fin.  Para  mí... 

Arm.  Para  mí... 

Kal.  Para  mí... 

Los  tres        (Para  mi  colección.) 


(Se  las  guardan.) 


Fin. 

Arm. 

Kal. 

Los  tres 


—  11  - 


Hablado 

Arm.         ¡Qué  atrocidad! 
Fin.  ¡Qué  obscenidad! 

Kal.  ¡Qué  preciosidad!...  digo,  ¡qué  procacidad! 

Fis.  ¿Y  que  hago  con  estas  fotografías?  ¿las  tiro? 

Kal.  No;  ya  las  tiraré  yo  luego.  Que  me  traigan 

una  colección  más  completa,  para  que  el 
Gobierno  pueda  formar  juicio  exacto,  de  las 
distintas  formas  de  la  «Contor...»  digo,  de 
represión  que  conviene  adoptar.  Puede  us- 
ted retirarse. 

F¡s.  A  las  órdenes  de  vuecencias...  (Medio  mutis.) 

Fin.  ¡Ahí  oiga,  amigo  Fisgonio,  ¿de  huelgas  cómo 

vamos? 

Fis.  Todas  solucionadas;  no  queda  sin  resolver 

más  que  la  huelga  de  sordo  mudos. 

Kal.  ¿Y  qué  dicen  los  sordo-mudos? 

Fis.  Pues  han  empezado  á  hacer  señas  subversi- 

vas y  muy  molestas  para  el  Gobierno  en  la 
Plaza  de  la  Lealtad,  pero  yo,  siempre  previ- 
sor, mandé  que  les  ataran  las  manos  y  se 
acabaron  los  gritos  geométrico-sediciosos. 
X      Acérrimo  servidor,  (saluda  y  vase.) 

Fin.  Este  hombre  vale  lo  que  pesa. 

Arm.  Es  un  Gobernador  modelo. 

Kal.  No  encontramos  otro.  Lleva  cinco  años  en 

el  cargo  y  no  ha  hecho  nada,  pero  absoluta- 
mente nada,  sin  consultármelo. 


ESCENA  IV 

KALCÜNDIO,   FINANCIO,   ÁKMANDIO,   el  EEY  VICENTE  XXIV 

(Salen  por  la  primera  izquierda  dos  alabarderos,  se 
colocan  á  ambos  lados  de  la  puerta  uno  frente  a  otro, 
y  dan  uu  golpe  en  el  suelo  con  la  alabarda.) 
Arm.  Señores,  el  Rey  sale.  (Quedan  en  ala  frente  á  la 

puerta  izquierda,  por  donde  aparece  Vicente  XXIV, 
vestido  con  batin,  gorro  de  terciopelo  con  entorchados,, 
pantalón  de  uniforme  con  ídem,  zapatillas,  monóculo 
y  un  puro  en  la  boca.  Anda  un  poco  derrengado.) 

Los  tres     (saludando.)  ¡Señor! 

Rey  (Muy  afectuoso.  )  ¡Señores!  ¡Mi  querido  Kalcun- 


—  12  — 


dio!  ¡Mi  formidable  Armandio!  ¡Ilustre  Fi- 
nanciol 

Kal.  ¿Qué  tal  se  encuentra  vuestra  majestad? 

Rey  Delicado;  flojísimo. 

Fin.  Por  Dios,  señor;  ¡aprensiones! 

J?ey  Y  qué,  ¿tenemos  hoy  mucha  firma?  Porque 


me  encuentro  muy  flojo  y  quisiera  que  el 
Consejo  de  hoy,  fuese  un  Consejo  rápido; 
uno  de  esos  Consejos  que  yo  llamo  de  ídem 

ídem.  Vamos,  (nace  una  seña  á  los  alabarderos, 
que  se  retiran,  y  se  sienta  en  el  sillón;  los  ministros 
quedan  formando  semicirculo  frente  á  él;  en  primer 
término  Kalcundio,  que  deja  sobre  la  mesa  guantes, 
pañuelo,  etc.,  preparándose  para  un  discusro.) 

íKal.  Graves  y  complejos  asuntos  hemos  de  some- 

ter hoy  al  minucioso  examen  de  vuestra 
alta  sabiduría,  señor,  pero  el  cuidado  y  aten- 
ción que  pone  en.,. 

Rey  (sin  dejar  que  acabe.)  Bucuo,  sin  retóricas,  que- 

rido Kalcundio;  he  dicho  que  un  Consejo  de , 
ídem,  ídem,  conque  al  cogollo,  al  cogollo  del 
asunto. 

Kal.  (Contimiando  su  discurso,  porque  no  le  ha  oído.)  Se- 

ñor, mi  deseo  era  que  con  examen  prolijo 
conociese  vuestra  majestad  los  diversos  asun- 
tos que  preocupan... 

Rey  (a  los  otros  ministros.)  Decirle  que  vaya  al  co- 

gollo, hombre,  que  me  tengo  que  bañar. 

'■Fin.  (a  Kalcundio,  en  voz  muy  fuerte  y  al  oído.)  Dice  SU 

majestad  que  se  vaya  usted  al  cogollo. 
KaJ.         ¿A  dónde? 

Fin.  Al  cogollo  del  asunto,  que  tiene  prisa. 

.Kal.  ¡Ah,  sí,  sí! 

Arm.         (a  Kalcundio.)  Ha  dicho  que  un  Consejo  de 

ídem  ídem. 
Kal.  Ya:  la  firma  nada  más. 

Rey  Nada  más;  conque  venga  pronto,  (se  retiran 

los  tres  hacit..  el  fondo,  preparando  las  carpetas  para  la 

firma.  )  ¡Señores,  qué  desgracia!  ¡El  presidente 
anterior,  cojo;  éste,  sordo...  (¡No  encuentro 
un  político  de  cuerpo  entero!)  A  ver  tu  fir- 
ma, Financio. 

5FÍn.  Aquí  está,  señor.  (Avanza  y  va  poniendo  ante  el 

Key  sucesivamente  los  decretos  que  cita,  los  cuales 
firma  el  monarca  rápidamente.)  Real  decretO  as- 
cendiendo á...  etc.,  etc.;  es  reglamentario. 


Rey  (Firma.)  Muj  bien. 

Fin.  Otro  ídem  ídem...  de  ídem  sin  importancia. 

Rey  (ídem.)  Magnífico. 

Fin.  Otro  ídem  ídem,  de  la  misma  índole...  j 

nada  más. 

Rey  Admirable.  Esto  es  un  hacendista;  en  un 

minuto,  despachado.  (Financio  se  relira.)  Vea- 
mos la  firma  de  Guerra. 

Arm.  (igual  que  Financio.)  Real  decreto  suspendien- 
do el  artículo  quinto  de  la  ley... 

Rey  (sin  que  termine,  firmando.)  SuspCUSO. 

Arm.  Otro  ídem  ídem,  aprobando  el  dictamen  de 

la  Comisión... 
Rey  (ídem.)  Aprobado. 

Arm.  Otro  ídem  ídem,  dejando  para  Septiembre 

la  incorporación... 

Rey  (ídem.)  Aprobado,  suspenso  para  Septiem- 

bre... ¿Pero  esto  es  de  Guerra  ó  de  segunda 
enseñanza? 

Arm.  Son  decretos  del  tercer  Instituto... 

Rey  ¡Ya  decía  yo! 

Arm.  Del  tercer  instituto  armado. 

Rey  ¿Y  tú,  amado  Kalcundio? 

Kal.  (Como  los  otros.)  Yo,  señor,  sólo  traigo  dos  con- 

cesiones de  gracias. 

Rey  Veamos.  (Leyendo  el  pliego  que  le  entrega  Kalcun- 

dio.) €  Concediendo  la  Banda  del  Lirio  Azul, 
á  la  señora  marquesa  de  Casa-Curia.»  ¿Y 
por  qué  se  le  concede  esta  Banda  á  la  mar- 
quesa? 

Kal.  Porque  hace  diez  años  que  la  está  pidiendo, 

y  hemos  dicho:  vamos  á  darle  la  Banda,  para 
que  no  nos  dé  la  murga.  Con  esto  evitamos 
de  paso,  que  su  marido  nos  haga  la  oposi- 
ción en  la  Cámara  de  los  Nones. 

Rey  ¡Delicioso!  Le  dais  la  Banda  á  la  mujer  para 

que  el  marido...  ¿Una  carambola,  no?  (Fir- 
mando.) Pues,  vaya  por  la  Banda. 

Kal.  (Presentando  otro  pliego.)  Esta  CS  la  pensión  de- 

cien  discos  de  oro,  á  favor  del  eminente 
doctor  Tumbaga,  por  el  suero  de  su  inven- 
ción para  quitar  el  hipo. 

Rey  Pero,  ¿no  se  acordó  darle  el  cordón  de  San 

Hilario?  ¿Cómo  se  le  da  ahora  dinero? 

Kal.  A  petición  suya;  él  está  más  por  la  guita 

que  por  el  cordón. 


—  14  -r 


f?ey  (Firmando.)  Ahora  es  cuando  creo  que  es  un 

sabio.  ¿Hay  algo  más? 

Kal.  Lo  que  ya  sabéis,  señor;  la  llegada  del  prín- 

cipe Ovilio. 

Rey  Sí,  sí;  pobre  sobrino.  (Se  levanta  y  avanza  al  pros- 

cenio con  los  ministros.)  La  noticia  de  mi  boda 
le  habrá  contrariado.  Va  á  ser  una  entrevis- 
ta desagradable,  porque,  claro,  él,  que  ya  se 
consideraba  como  mi  único  sucesor,  temerá, 
naturalmente...  Pero  creo  que  no;  yo  estoy 
cada  vez  más  flojo.  En  fin;  ya  hablaré  con  él. 

Kal.  Tiene  un  temperamento  levantisco. 

Rey  Ese  es  mi  temor;  podría  producir  un  trastor- 

no en  Risalia.  El  Ejército  le  adora;  la  Mari- 
na le  idolatra...  En  fin,  contad  con  mi  habi- 
lidad y  retiraos. 

Los  ires  A  los  reales  pies  de  vuestra  majestad,  (salu- 
dan y  vanse  por  la  derecha,  después  de  nuevo  saludo 
en  la  misma  puerta.) 

Rey  Adiós,  apreciable  Gobierno,  (vanse.) 


ESCENA  V 

El  REY,  luego  el  UJIER 

Rey  .  ¡Dios  mío,  cuán  varias  y  cuán  múltiples  las 
pesadumbres  que  abruman  el  ánimo  de  los 
reyes.  No  repuesto  de  la  emoción  de  mi 
boda,  la  emoción  de  la  llegada  de  mi  sobri 
no;  el  temor  de  lo  que  pueda  urdir;  las  pró- 
ximas elecciones;  el  déficit  de  la  Hacienda... 
¡Qué  cosas  tan  desagradables!  (se  oj-en  dentro, 

hacia  la  derecha,  las  voces  de  varias  personas  que 

disputan.)  ¡Eh!  ¿Qué  es  eso? 

^yjjer  (presentándose  en  la  puerta  de  la  deresha.)  Es  Ber* 

tina,  señor,  la  endiablada  hija  del  guarda 
mayor  de  vuestras  reales  posesiones,  que 
viene,  acompañada  de  otras  muchachas,  á 
traer  las  primeras  uvas  de  las  cepas  del  Ma- 
riscal, y  se  empeña  en  que  las  veáis  antes. 
Rey  ¡Ah!  ¿Es  Bertina?  ¿Ese  diablejo?  ¡Encanta- 

dora chiquilla!  ¡Má&  alegre!  ¿Y  viene  con  sus 
compañeras? 

Ujier         Sí,  señor.  Ya  les  he  dicho  que  vuestra  ma- 


—  15  — 


jestad  está  tan  delicado,  que  no  puede  reci- 
bir á  nadie.  ¿Las  echo? 
fiey  Noj  no,  deja;  haré  un  esfuerzo.  Que  me  las 

traigan,  digo,  que  pasen.  (ei  ujier  saluda  y  se 
retira.)  Traen  esas  muchachas  á  esta  atmós- 
fera palatina  ráfagas  de  aire  juvenil  y  cam- 
pesino que  la  purifican.  (En  voz  alta.)  ,Que 
pasen,  que  pasen! 

ESCENA  VI 

El  REY.  Por  la  derecha,  BERTINA,  MARINELA,  EFRONIA,  TEO- 
DORA y  MARÍA,  llevando  en  sus  brazos  artísticos  cestos  llenos  de 
fruta.  Quedan  en  la  puerta 

* 

Pasad,  pasad,  chiquillas; 
no  os  turbe  mi  presencia, 
que  no  es  el  soberano 
el  que  miráis  aquí. 

Pasad.  Venid. 
Pasad  sin  miedo  alguno, 
pues  quiero,  bellas  niñas, 
que  á  un  simple  ciudadano 
veáis  tan  solo  en  mí. 
Pasad,  pasad. 

(Avanzando.) 

Mil  gracias,  mil  gracias, 
bondadosa  majestad 

jVaya  una  majadería!  (por  una.) 
¡Esta  es  otra  tontería!  (otra.) 
Bonitas  sois  las  cinco; 
bonitas  á  cual  más. 
Mil  gracias,  mil  gracias, 
bondadosa  majestad. 

A  ofreceros  venimos 
los  racimos  primeros 
de  las  vides  tempranas 
de  vuestra  posesión; 
y  en  persona  queremos 


1?ey 


las  cinco 


1?ey 

las  cinco 


—  16 


entregaros  el  dorado  fruto,  ' 
y  si  en  algo  pecamos 
pedimos  vuestro  real  perdón. 
Rey  Regalo  tan  sabroso 

es  muy  de  estimar, 
y  ha  sido  vuestro  idea 
digna  de  alabar. 
Por  eso,  desde  luego, 
contad  con  mi  perdón, 
que  obsequio  tan  galante 
bien  vale  mi  atención. 


¡Qué  frescotasl  ¡Qué  sencillasl 
¡Qué  monada  de  chiquillasl 
Cantad  alguna  cosa 
que  mate  el  real  spUn 
que  siente  el  soberano 
que  estáis  mirando  aquí. 

Efro.  I     ^®"^or,  no  sé. 

Teod.        I  Q  .  , 

María  i 

Ber.  Si  dais  vuestro  permiso 

yo  cantaré. 


(Avaüza.) 

Desde  muy  pequeña  siento 
por  las  uvas  embeleso, 
y  cuando  pruebo  una  uva 
parece  que  doy  un  beso. 
Las  de  parra  y  las  de  cepa 
exquisitas  me  parecen 
y  diferencia  no  encuentro: 
porque  todas  me  enloquecen. 
No  hay  como  un  granito 
de  uva  moscatel, 
que  deja  en  los  labios 
dulzores  de  miel. 

Todas  (Avanzando  al  proscenio.) 

Mirale,  mírale. 
Ber.  Mírale  qué  redondito. 

Todas  MíraJe,  mírale. 

Ber.  Mírale  qué  doradito. 

Mírale,  mírale. 


-  17  - 


Si  lo  quieres  abre  la  boquita 
y  te  lo  echaré. 


Tengo  dicho  al  hortelano 
que  me  coja  un  platanito, 
que  al  aroma  que  despide 
me  relama  de  gustito. 
Que  me  coja  unas  cerezas 
que  me  sirvan  de  pendientes, 
para  que  luego  mi  novio 
me  las  robe  con  los  dientes; 
que  me  coja  fresa 
si  ya  está  en  sazón, 
y  á  ver  cuándo  puede 
cogerme  un  fresón. 
Todas  .  Mírale,  etc.,  etc. 


Hablado 


Rey  Muy  bien.  No  sabéis  lo  que  os  agradezca 

que  os  hayáis  acordado  de  traerme  en  per- 
sona los  primeros  granos  de  oro  de  esos 
abundosos  racimos  moscateleños. 

Mar.  Señor,  para  vuestra  augusta  persona,  bien 

mezquino  es  el  recuerdo. 

Rey  ¿Mezquino?  (Acariciándola  la  barbilla.)  ¿DiceS 

que  mezquino?  ¿Tú  como  te  llamas,  pimpo- 
llito? 

Mar.  Marínela,  señor;  ¿no  recordáis? 

Rey  ¡Ah,  sí;  Marínela:  nombre  marítimo!  Ya  de- 

cía yo:  esta  chica  está  cada  día  más  saladí- 
sima, (a  Efroiiia  )  ¿Y  tú,  regordetilla? 

Efro.  Efronia. 

Rey  (Dándole  golpeeitos  en  la  espalda.)  También,  tam- 

bién tienes  tu  poquito  de  salobridad.  Bueno, 
pues  llevad  á  mis  reales  cocinas  esas  uvas, 
para  que  me  las  sirvan  esta  noche. 

Mar.  Con  vuestro  permiso,  (saludan  y  vanse  por  don- 

de salieron.  Al  salir,  el  Rey  detiene  á  Bertina  con  Lo. 
voz.) 


3 


ESCENA  VII 


BERTINA   y   el  REY 

Bertina. 

(volviendo.)  ¿Qué  mandáis,  señor? 
Quédate;  te  voy  á  hacer  un  encargo. 
¿Un  encargo? 

Sí.  (Mirando  á  todos  lados  para  convencerse  de  que 

nadie  le  observa.)  ¡Bertina!...  ¡Fresquísima  Ber 
tina!  ¿Puedo  aspirar  á  que  me  introduzcas 
en  la  real  boca  un  grano  de  moscatel  con 
tus  nacarados  dedos? 

Honradísima,  señor;  tomad.  (Le  ofrece  un  gra- 
no de  uva,  que  toma  el  Rey  con  la  boca,  mordiendo 
el  dedo  á  Bertina.)  ¡Ay! 

¿Qué? 

Que  me  habéis  mordido. 
Estoy  tan  débil...  Muerdo  de  debilidad. 
Pues  me  habéis  mordido  el  índice. 
Te  he  mordido  el  índice  y  no  te  muerdo  el 
pie  de  imprenta  porque...  ¡Ay,  Bertina! 
Eres  un  libro  que  está  en  rústica,  pero  de- 
bes tener  un  texto,  que  si  corresponde  á  la 
portada,  es  para  no  levantar  cabeza.  (Acari- 
ciándola.) 

¿Ya  empezáis  como  siempre?  ¡Vamos,  señor, 
que  no  está  bien! 

Pero,  ¿es  que  temes  de  mí?  ¡Pobre  Rey,  de- 
crépito, flojo!...  ¡Mujer,  no  seas  tonta!  (Acari- 
ciándola siempre.)  Pero,  oyc,  oyc;  observo  que 
has  adquirido  un  desarrollo  montaraz  y  una 
apretura  de  carnes,  que  siento  ser  monarca. 
Por  qué,  ¿señor? 

Porque  un  monarca  no  puede  meterse  en 
apreturas.  ¡Ay,  Bertina;  eres  un  diablejo  en- 
cantador!... (Abrazándola.) 
(Trata  de  esquivarlo. )  ¡Señor,  por  Dios! 

Oye:  ¿qué  se  ha  hecho  de  aquella  amiga 
tuya,  también  muy  mona?... 
¿De  Esmeralda? 
Sí;  justo. 

Todas  las  tardes  la  veo.  Nos  reunimos  para 
bañarnos. 


^  19 


Rey  (Tocándola  la  cara.)  \  Mi,  pícaras;  para  bañaros! 

Y  dime:  ¿os  bañáis  donde  antes? 

Ber.  No;  ahora  nos  bañamos  en  el  remanso,  jun- 

to á  la  saucera. 

Rey  Pues  puede  que  algún  día  caiga  yo  por  allí. 

¿Tú  no  sabes  nadar?  ^ 

Ber.  No,  señor. 

Rey  ¿Ni  poco  ni  mucho? 

Ber.  Nada. 

Rey  ¿Y  tu  amiga? 

Ber.  Mi  amiga,  nada. 

Rey  ¿Tampoco  sabe? 

Ber.  Digo  que  sí;  que  ella  nada  muy  bien. 

Rey  Pues,  mira,  yo  iré  á  enseñarte  á  ti;  á  ti  sóli- 

ta. Y  como  tu  amiga  nada,  no  la  digas  nada. 

(Quiere  abrazarla  de  nuevo.) 

Ber.  Vamos,  señor;  formalidad. 

Rey  Anda,  dame  otro  granito,  Bertinita. 

Ber.  Bueno;  pero  éste  os  le  voy  á  tirar,  á  ver  si 

acierto,  en  la  boca.  ¿Queréis? 
Rey  l>o  que  te  dé  la  gana,  riquita.  (suben  ai  centro 

de  la  escena  uno  frente  á  otro;  Bertina  de  espaldas  á 
la  puerta  de  entrada.) 

Ber.  Abrid  la  boca  y  cerrad  los  ojos. 

Rey  ^  oy-  Procura  no  darme  en  la  campanilla, 

no  vaya  á  entrar  el  Ujier. 

^Ber.  (Disponiéndose  á  lanzar  el  grano.)  Cerrad  los  ojoS, 

no  os  dé  sin  querer.  (e1  Rey  abre  la  boca  .  y  cie- 
rra los  ojos,  quedando  en  postura  un  poco  grotesca.) 
¡A  la  una!...  ¡A  las  dos!...  (Ruido  en  la  puerta  de 
entrada.)  ¡Uy;  gente!  (Vase  corriendo  por  la  dere- 
cha.) 

ESCENA  VIII 

El  REY,  REVERENCIO  y  luego  el  PRÍNCIPE  OVILIO 
por  la  derecha 

(Continuando  en  la  misma  postura.)  ¡Anda!...  Ven- 
ga ya... 

(Entrando  y  ocupando  el  lugar  de  Bertina.)  ¡Scñor! 
( Con  los  ojos  cerrados  y  abriendo  la  boca  en  los  in- 
tervalos de  las  frases.)  Anda  ya...  tira... 
(Aparte.)  (¡Qué  dice!...  ¡qué  hace!)  (Mas  alto.) 
¡Señor! 


Bey 

Rev. 
Rey 

Rev. 


—  20  — 


'  Roy  (ATjriendo   los   ojos  y.  dado  un  salto  hacia  atrás.) 

¡¡Eh!!.,.  ¿Quién?  ¡¡Reverencio!!  ¡¡Tú!! 

Rev.  Humilde  vasallo  de  vuestra  majestad. 

Rey  Pero...  ¿eres  tú? 

Rev.  ¿Gs  sorprende  mi  presencia,  señor? 

Rey  ¡Ya  lo  creo!  ¿No  has  visto  que  me  he  que- 

dado con  la  boca  abierta?  ¿Y  qué  trae  á  mi 
casa  al  fiel  mayordomo  de  mi  sobrino  el 

Príncipe  Ovillo?  (Mirando  á  todas  partes,  no  dan- 
do crédito  a  la  desaparición  de  Bertina.) 

Rev.  Anunciares  que  su  alteza  acaba  de  desem- 

barcar y  espera  en  la  antecámara  vuestra 
venia  para  entrar  á  ofreceros  sus  respetos. 

Rey  Que  pase;  que  pase  en  seguida. 

Rev.  (En  la  puerta.  Viste  uniforme  de  marino  de  guerra.) 

Altela,  su  majestad  os  aguarda. 

OviliO  (Presentándose.  Viste  uniforme  de  marina  de  guerra.) 

¿Me  permitís  llegar  hasta  vuestros  reales 
brazos? 

Rey  Siempre  están  abiertos  para  ti , 

Ovilio        (Abrazándole.)  ¡TÍO  de  mi  alma! 

Rey  Siéntate.  (¡Que  raro:  viene  naás  cariñosa 

que  nunca!)  (Se  sientan  en  dos  sillas  volantes.) 

Ovilio         ¿Y  qué  hay  por  aquí,  tío? 

Rey  Lo  de  siempre;  Kalcundio  en  el  poder.  Ce- 

rradas las  Cortes,  ya  ves:  el  Parlamenta 
mudo,  el  Presidente  sordo,  el  Gobierno  cojo, 
el  pueblo  jorobado.  ¡Idílico,  querido  sobri- 
no! Apropósito;  hace  un  momento  hablaba 
de  ti  con  mi  y  onsejo  de  ministros. 

Ovilio         ¿De  mi  lie? ada? 

Rey  Eso  es;  decíamos  que  la  noticia  de  mi  casa- 

miento indudablemente  te  habría  disgusta- 
do y  que  tu  regreso... 

Ovilio  Señor;  antes  que  mi  tío  sois  mi  Rey,  y, 
cualquier  acto  vuestro,  debo  acatarlo  y 
aplaudirlo. 

Rey  (¡Viene  desconocido  ó  trae  gallo  tapado!) 

Ovilio  Mi  rápido  regreso  obedece  solo  al  deseo  de 
felicitaros  y  de  ponerme  á  las  órdenes  de  mi 
nueva  soberana. 

Rey  Pues,  la  verdad,  yo  creí  que  pudieras  abrigar 

el  temor,  muy  justo  por  cierto,  de  que  por 
mi  nuevo  estado  tu  sucesión  al  trono...  Pero 
no  tengas  cuidado;  yo  ya  estoy  nada  más 
para  sopitas  y  buen  vino.  A  mi  edad,  no  hay 
reconstituyentes  posibles. 


-21  ~ 


Ovilio  Mé  han  asegurado  que  la  Reina  es  de  una 
belleza  superior  á  todo  elogio . 

Rey  Hombre,  no  es  ninguna  piltrafa,  para  qué  te 

voy  á  engañar. 

Ovilio  ¿Y  cómo  os  habéis  atrevido  con  una  mujer ' 
de  veintidós  años? 

Rey  Perdona:  de  veintiuno. 

Ovilio         ¿Qué  más  da  uno  que  dos? 

Rey  Antes  de  casada,  no  te  lo  discuto,  pero  des- 

pués, de  uno  á  dos  hay  mucha  diferencia. 

Ovilio  Fues  bien,  querido  tío;  aprovechando  el 
fausto  suceso,  os  pido  una  gracia. 

Rey  Concedida  de  antemano.  ¿Cuál  es? 

Ovilio  Que  me  restituyáis  en  mi  antiguo  cargo  de 
jefe  superior  de  Palacio. 

Rey  Pestituído. 

Ovilio  Pero  recabo  de  vos  amplios  poderes  para 
poder  ejercer  mi  autoridad  desde  este  mis- 
mo momento. 

Rey  Por  de  contado. 

Ovilio  Gracias. 

Rey  (Levantándose.  Reverencio  coloca  las  sillas  en  su  si- 

tio.) Y  ahora  voy  á  prevenir  á  tu  tía  y  á  dar 
las  órdenes  necesarias  para  los  festejos  que 
quiero  se  celebren  en  honor  de  los  guardias 
marinas.  Una  cacería...  una  recepción...  un 
revoco  general  de  fachadas...  Ya  estudiaré  la 
forma.  Adiós,  querido  sobrino.  (Le  abraza.) 

Ovilio         Adiós,  señor. 

Rey  (Haciendo  mutis  por  la  primera  izquierda.)  No  es- 

peraba tanta  humi  dad.  ¿Qué  se  traerá  éste? 
(Mutis  ) 

ESCENA  IX 

OVILIO  y  REVERENCIO 

Ovillo         ¿Has  oído? 
Rev.  He  oído. 

Ovilio  Pues  bien,  mi  querido  Reverencio,  es  pre- 
ciso que  me  digas  con  qué  objeto  me  has 
impulsado  á  pedir  á  mi  tío  la  jefatura  de 
Palacio  y  los  más  omplios  poderes  para  ejer- 
cerla. 

.Rev.  Lo  vais  á  saber.  Mi  sueño  dorado  de  servi- 


dor  leal,  era  veros  ocupando  el  trono  glorio- 
so de  Risalia,  y  la  imprevista  boda  do  vues- 
tro tío,  echa  por  tierra  esta  ambición. 

Ovillo         Pero  es  que  supones... 

Rev.  De  que  el  Rey,  vuestto  augusto  tío,  tenga 

una  aucesión  legítima,  no  abrigo  grandes 
temores,  y  aunque  la  Reina  es  una  princesa 
virtuosa  y  recatada,  da  la  fatal  coincidencia 
que  toda  la  servidumbre  masculina  de  ir' a- 
lacio,  es  de  una  belleza  verdaderamente- 
alarmante,  y,  creedme,  señor;  nunca  fué  de 
prudentes  colocar  el  fuego  junto  á  la  estopa. 

OvIÜO         ¿Qué  dices? 

Rev.  Lo  que  oís,  señor.  Los  dos  Edecanes  de  la 

Reina,  son  dos  porcelanas  de  Sajonia;  los- 
Ayudantes  de  la  Cámara,  arrebatadores 
Narcisos;  los  pajes,  lindos  y  perfumados,  y^^ 
en  fin;  ¡hasta  el  marinero  encargado  en  el 
lago  de  las  barcas  de  pesca,  es  bonitol 

Ovilio         ¿Pero  es  posible? 

Rev.  Vais  á  convenceros.  Voy  á  llamar  á  dos 

simples  Ujieres  para  que  juzguéis,  (va  á  la  , 
puerta  de  la  derecha  y  llama.  )  ¡Silfidio!  ;Linderiol 
Venid  un  momento. 


ESCENA  X 

DICHOS  y  dos  UJIERES,  que  iio  es  ninguno  el  de  las  primeras  €sce- 
nas,  aparecen  por  la  derecha  los  Ujieres  (hombres)  que  arrebatan  ' 
de  belleza 


Los  dos      ¡Señor!  (saludo.) 

Rev.  El  Príncipe  desea  conoceros. 

Los  dos      ¡A  las  órdenes  de  vuestre  alteza! 

Rev.  (Aparte  á  Ovilio.)  ¿Qué  tal? 

Ovillo         (ídem.)  (Caramba:  ¡son  preciosísimos!)  (Alto.) 
Podéis  retiraros. 

Los  dos        ¡Señor!  (saludan  y  se  van.) 

Rev.  ¿No  os  lo  dije?  Pues  á  esos  los  tienen  en  la 

antecámara  por  feos.  ¡Calculad  cómo  serán 
los  demás! 

Ovilio         ¡Demonio!  ¿Y  tu  plan? 

Rev.  ¿No  lo  adivináis  todavía?  Rodeada  la  sobe- 

rana de  tanto  bibelot,  el  peligro  es  induda-  ; 


—  23  — 

ble,  pero  siendo  vos  jefe  de  Palacio,  este  pe- 
ligro desaparecerá. 
Ovillo         ¿Por  qué? 

Rev.  Porque  toda  esta  servidumbre  de  Adonis  y 

Narcisos,  si  queréis  seguir  mi  consejo,  debe 
ser  substituida  en  el  acto  por  otra  de  esper- 
pentos. 

Ovilio  Sí,  sí;  tienes  razón,  Pero  dime:  ¿dispones  tú 
de  la  cantidad  de  feos  necesaria  para  cubrir 
todos  los  servicios  de  Palacio? 

Rev.  ¡Y  me  sobran!  ¿No  veis  que  desde  que  con- 

cebí mi  plan,  no  ha  habido  bizco,  chato,  na- 
rigudo, ni  defectuoso,  que  yo  no  reclutara? 
Dentro  de  un  minuto ,  todos  estos  prodi- 
gios de  belleza,  serán  substituidos  por  una 
colección  de  calcomanías  espantables. 

Ovillo  Pues  á  ello.  Manos  á  la  obra  y  así  podremos 
decir  que  «sólo  un  hijo  de  mi  tio»,  debida- 
mente contrastado  y  garantizado,  me  quita- 
rá la  corona.  Vamos  por  tus  feos,  (vanse  ios 

dos  por  la  derecha.) 


ESCENA  XI 

ESTEROLICIA,  AMALIA  y  ADELIA  por  la  segunda  izquierda,  se- 
guidas de  tres  alabarderos  (mujeres).  Son  tres  infantas,  hermanas  de 
ta  Reina;  mujeres  ridiculas  v  excesivamente  feas.  Salen  al  compás  de 
la  música.  Detrás  de  cada  una  va  un  alabardero,  que  las  seguirá  é 
imitará  en  sus  movimientos,  acompañando  el  cantable  con  golpes  de 
alabarda,  según  se  indica  en  la  partitura.  Las  tres  usan  impertí-^ 
nentes 

Música 

Adelia  Adeha  Finatelia  \ 

de  Ham burgo  y  de  Vitelia, 

duquesa  de  Cebú. 
Amalia  Amalia  de  Risalia, 

marquesa  de  la  Dalia, 

condesa  de  Tolú. 
Est.  Esterolicia  de  Rubicón. 

Las  tres  Las  tres,  infantas  somos 

de  la  nación.  (Golpes  y  evolución.) 


—  24  ~ 


Distinguidas,  elegantes, 
partidarias  del  escote 
y  enemigas  decididas 
de  la  falda  yuc-culote. 
Aunque  hay  muchos  cortesanos 
que  están  siempre, .á  todas  horas, 
viendo  á  ver  cuando  distinguen 
un  culote  en  ]as  señoras, 
nosotras  imponemos 
la  dernier  cri, 
y  no  hay  esteplinchas 
■.  ni  golf  sin  mí.  (Golpes  y  evolución.) 

Fíjese  que  cacJiet, 
en  el  modo  de  mirar 
y  fen  el  modo  de  llevar 
la  tiialé. 
Fíjese,  fíjese 
que  modales  al  andar 
y  en  la  forma  de  posar 
—  el  pie. 

Pues  á  pesar  de  esta  tualé 
y  de  este  modo  de  posar  el  pie, 
ni  un  hombre  nos  ha  dicho 
por  ahí  se  pudra  usté,  ■ 
y,  la  verdad , 
no  sé  por  qué. 

(Evolución  y  tres  golpes  finales.) 

Hablado 

Adelia        Podéis  retiraros,  escultóricos  guardias. 
Amalia       Esperad  ahí  fuera,  que  ya  os  llamaremos, 

gentiles  alabarderos. 
Est.  No  alejaros  mucho,  primorosos  vigilantes. 

(Los  tres  alabarderos  saludan  y  hacen  mutis  por  la 
derecha.  Bis  en  la  orquesta.) 

Adelia        Pero  ¿habéis  visto  qué  belleza  de  hombres? 

Amalia       ¡Son  de  una  hermosura  inquietadora! 

Est.  Mareante.  Como  la  de  toda  la  servidumbre 

mascylino-palatina.  ¡Cuánto  hombre  guapo! 
¡Ya  es  demasiado!  Porque  yo  os  juro,  queri- 
das hermanas,  que  desde  que  vivo  en  pala- 
cio, mi  vida,  ante  tanta  belleza  varonil,  es 
un  dulce  tormento. 

Adelia        ¡Como  la  mía! 

Amalia       ¡Pues  y  la  mía! 


Est. 


Adelia 
Amalia 


Est. 
Las  dos 
Est. 


Adelia 
Est. 


Amalia 
Adelia 
Est. 


¡Y  es  natural!  Tres  mujeres  jóvenes  con  tres 
corazones  como  tres  cráteres  de  tres  Vesu- 
bios  en  tres  erupciones  y  las  tres  sin  que 
nos  salgan  tres  príncipes  que  nos  digan  tres 
tonterías.  ¡Qué  triste  es  esto! 
¡Desconsolador! 

Y  decidme:  ¿habéis  visto  por  casualidad  al 
sobrino  del  rey,  nuestro  cuñado,  el  príncipe 
Ovilio  de  Bramante? 
Yo  le  he  visto. 

(Con  ansiPdad.)  ¿Y  qué  tal  eS? 

¡Bellísimo!  ¡Un  ensueño!  Nos  hemos  cruzado 
en  una  galería,  me  ha  hecho  una  reverencia, 
yo  le  he  dicho  «adiós,  Ovilio»,  y  me  he  que- 
dado devanándome  los  sesos  para  discurrir 
cómo  le  atraería. 
¡Oh,  si  pudieras  casarte  con  él! 
Desde  que  supe  su  llegada,  esa  idea  es  mi 
pesadilla.  ¡Casarme  con  un  príncipe!  ¡Ver 
nuestra  nobleza  aumentada  y  sostenida  por 
un  Bramante!  ¡¡Ojalá!! 
Tiende  tus  redes. 

Espesa  la  malla  y  que  no  se  te  escabulla. 
Callad,  el  doctor  Astenio  llega.  Ahoguemos 
nuestras  pasiones  en  una  elegante  frivoli- 
dad. 


ESCENA  XII 

DICHAS.  M  DOCTOR  ASTENIO.   Después   TRES  ALABARDEROS 
(hombres)  y  un  UJIER 

Ast.  (saliendo  primera  izquierda.)  ¡AltCZas!  (Reverencia.) 

Est.  ¡Querido  galeno!  ¿Dónde  vais? 

Ast.  A  dar  el  parte  de  Su  Majestad. 

Amalia       ¿Cómo  sigue  el  rey? 

Asi  ¡Estacionario!  ¡Débil!  ¡Flojísimo!  Lo  peor  es 

la  falta  de  apetito  Para  ver  si  se  lo  abrimos, 
vamos  á  ensayar  un  nuevo  específico:  «La 
Heliogabalina»  ¡Está  haciendo  milagros! 
Se  come  con  él  hasta  en  las  fondas  de  las 
estaciones- 

Adelia       ¡Qué  prodigio! 

Ast.  La  salud  es  la  gana  de  comer.  ¡Gana!... 

¡Siempre  gana!  Es  mi  lema,  (a  Estoriiicia )  Y 


—  26 


Est. 
Ast. 
Est. 
Ast. 
Est. 
Ast. 

Amalia 

Ast. 


vos,  princesa:  ¿cómo  vais  de  vuestras  do- 
lencias? 

Est.  Mal;  muy  mal.  Siguen  los  insomnios;  me- 

dan  mareos...  ahogos...  Cuando  estoy  más- 
descuidada,  parece  como  que  me  cogen... 
Yo  no  sé  qué  es  esio. 

Ast.  ¡Gana!  ¡Siempre  gana!...  Gana  de  comer  es- 

lo  que  os  hace  falta.  Ensayaremos  también 
con  vos  la  «Heliogabalina».  Y  desde  luego 
no  me  abandonéis  los  baños  tónicos  que  o& 
tengo  ordenados:  los  baños  de  sol.  |Ultima 
palabra  de  la  terapéutica  moderna!  ¿Seguís 
tomándolos? 

Como  me  los  mandásteis;  ya  llevo  cinco. 
¿Tres  horas  al  sol? 
Tres  horas  al  sol. 
¿Y  no  encontráis  alivio? 
Ninguno. 

¡Es  raro  que  no  os  hagan  efecto  los  baño» 
de  sol! 

Os  advierto,  doctor,  que  para  tomarlos  se 
lleva  una  sombrilla. 

¡Acabáramos!  Entonces  hacéis  lo  que  Su 
Majestad,  que  toma  las  duchas  con  imper- 
meable; lo  cual  es  como  el  que  tiene  reuma 
y  se  da  una  untura  en  el  pardesus.  ¡Eso  es. 
desacreditar  la  ciencia!  En  fin,  con  vuestra 
permiso  me  retiro.  ¡Altezas:  rendido  á  vues- 
tras órdenes'  (^Saluda  y  yase  por  la  primera  de- 
recha.) 

Las  tres     Adiós,  doctor. 

Est.  Y  ahora  nosotras  satisfagámonos  contem- 

plando la  belleza  de  nuestros  servidores. 

(IJamando  desde  la  puerta  de  la  derecha.)  BelloS: 
guardias,  venid.  (Aparecen  por  la  derecha  tres 
Alabarderos  feísimos,  horribles.) 
Las  tres       (Retrocediendo  asustsdas.)  ¡JcSÚs! 

Amalia  ¡Santo  Dios! 

Adelia  ¿Qué  es  esto? 

Est.  ¿De  dónde  han  salido  estas  alimañas? 

Amalia  ¿Quienes  sois? 

Alab.  1  Los  nuevos  servidores  de  Vuestras  Altezas. 

Adelia  Pero  ¿y  los  otros? 

Alab.  1.0  Acaban  de  ser  destituidos  por  el  actual  jefe- 
superior  de  palacio,  príncipe  Ovillo. 

Est.  Pero  es  que  no  hay  quien  pueda  obhgarme. 


-.  27  - 


á  mí  á  variar  de  servidumbre  sin  mi  aquies- 
cencia. 

Acatamos  altas  órdenes,  señora. 
¡Son  tres  chuchos! 
¿Cuál  es  mi  alabardero? 
Servidor,  señora. 

¡No!...  ¡quiá!  ¡Yo  no  tolero  esto!  ¡A  mí  no 
me  hacen  un  feo  como  éste!  Voy  á  llamar  al 

ujier  que  avise  al  rey.  (Hace  sonar  el  timbre  que 
hay  sobre  la  mesa.  Entra  por  la^  primera  izquierda  ua-  , 
Ujier,  que  es  otro  chucho,  más  feo  aun  que  los  ala-  ' 
bardero&.) 

(Entrando  y  haciendo  una  reverencia.)  ¡Alteza! 
(Retrocediendo.)  ¡Horror! 

¿Queréis  que  llame  al  paje?  ■ 
¡No:  que  va  á  salir  un  fox -terrier!  Ya  pon- 
dremos esto  en  claro.  Tal  arbitrariedad  le 
costará  muy  cara  á  quien  la  haya  cometido. : 
¡Pero  muy  cara! 

¡Señora!  (saluda  y  vase  por  donde  entró  ) 

¡¡Pero  qué  cara!!  (por  ei  ujier.) 

(Mirando  hacia  la  izquierda.)  NuCStra  hermana 

llega. 

ESCENA  xrii  \  : 

DICHOS.  Por  la  primera  izquierda,  la  REINA,  ARNOLDO,  RIGO  DE' 
ALBIÁN  y  DAMAS.  Por  primera  derecha  otras  damas,  CABALLE- 
ROS, DIPLOMÁTICOS,  GUARDIAS  DE  PALACIO,  (seis  señoras  uni- 
forme distinto  á  los  Alabarderos)  el  PRÍNCIPE  OVILIO  y  REVE- 
RENCIO, y,  por  último,  el  DOCTOR  ASTENIO.  Quedan  todos  ocu 
pando  la  escena;  la  Reina  y  sus  hermanas  en  el  centro;  el  Doctor, 
Rigo  y  Amoldo  á  ambos  lados  de  la  Reina  y  Ovillo  y  Reverencio 
aparte  y  hacia  la  derecha.  Las  Damas  que  siguen  á  la  Reina  hacia  la 
izquierda;  la  corte  formando  semicírculo  y  los  Guardias  de  Palacio  '; 
al  fondo.  Las  puertas  quedan  guardadas  por  los  tres  Alabarderos 
«feos»  y  el  Ujier.  Rigo  de  Albián  trae  en  la  mano  un  hermoso  ramo  . 

de  claveles  i 

Música 

Est.  ¡Qué  figura,  la  figura 

que  posee  nuestra  hermanal 
Adelia  ¡Qué  delicia  de  criatura! 


Alab.  1.0 

Amalia 

Est. 

Alab.  1.0 
Est. 


Feo 

Adelia 

Amalia 

Adelia 

Est. 


Feo 
Est. 
Amalia 


28  — 


(Amalia  jEs  realmente  soberana! 

Est.  Hasta  los  gestos 

son  señoriales, 
y  hasta  las  formas 
son  formas  reales. 

ASt  (Aparte.) 

Yo  no  la  puedo 
mirar  de  frente, 
porque  me  quedo 
casi  inconsciente. 
Rrgo        j  Señora: 
Arn.        ]        lo  mismo  antes  nue  ahora 
juramos  que  es  verdad, 
que  estamos  á  las  órdenes 
de  Vuestra  Majestad. 
Todos  Que  estamos,  etc.  ' 


Higo  )  Una  mirada  es  un  mandato 
.  Arn.        )  que  cumplir; 

'    un  ademán  es  un  deseo 
que  servir. 
i  Lo  más  nimio,  lo  más  raro, 

lo  que  sea  mándenos, 
que  vivimos  y  alentamos 
y  pensamos  solo  en  vos. 
Heina  ¡Qué  servidores! 

¡Qué  frenesí! 
¡Están  pendientes 
solo  de  mí! 
Nunca  creyera 
tanta  lealtad. 
¡Qué  suerte  tiene 
mi  Majestad! 


Los  dos         Una  mirada  es  un  mandato. 

Reina  Ya  lo  sé. 

Los  dos         Un  ademán  es  un  deseo. 

Reina  Bien  se  ve. 

Los  dos         Lo  más  nimio,  lo  más  raro, 

lo  que  sea... 
Reina  Basta  ya. 

Con  qué  ciegos  servidores 


'■  cuenta  aquí  mi  Majestad. 


—  29 


(Aparte.) 

No  perdáis  detalle. 
,  No  tengas  cuidado. 
Ahora  por  lo  pronto 
ya  habréis  observado. 
No  te  preocupes, 
yo  sabré  vencer. 
Dentro  de  un  momento 
no  habrá  que  temer. 

Soberana,  soberana, 
de  la  tierra  Risaliana; 
soberana  me  miré, 
soberana  y  quien  creyera 
que  de  amores  se  rindiera 
.  todo  el  hombre  que  me  ve. 
Me  desean  al  hablarme, 
me  codician  al  mirarme 
sin  saber  disimular. 
La  lisonja  suena  á  flores, 
la  palabra  suena  á  amores 
y  hasta  miran  sin  mirar. 
Soberana,  soberana, 
de  la  tierra  Risaliana, 
bien  ganado  tiene  el  trono 
esa  espléndida  beldad. 

Ya  estoy  harta  de  homenajes,, 
reverencias,  vasallajes, 
y  promesas  de  lealtad. 
Fuera  los  admiradores, 
fuera  los  aduladores 
que  pregonan  mi  beldad, 
Todo  aquel  que  me  rodea 
piensa  solo  en  una  idea 
que  la  oculta  por  temor. 
Todos  sueñan  con  lo  mismo  - 
y  me  fingen  servilismo 
por  llegar  hasta  mi  amor. 
Soberana,  soberana^ 
etc.,  etc. 


-  30  — 


Hablado 


Reina  (a  ovmo.)  ¿Conque  jefe  superior  de  palacio? 
Muy  bien,  muy  bien;  complacidísima. 

Ovüio  Y  yo  satisfecho  de  honor  tan  grande,  que  al 
par  que  me  honra  me  produce  la  alegría  de 
estar  cerca  de  Vuestra  Majestad,  encantado- 
ra tía. 

Beina  Eres  deliciosamente  amable,  Ovillo,  (se  sepa- 
ran; la  Eeina  habla  con  sus  hermanas  y  Ovilio  con  Re- 
verencio.) 

Ovillo        (Aparte  á  él.)  ¿Qué  tal.  Reverencio^ 
Rev.  La  servidumbre  baja  ya  es  toda  nueva;  aho- 

ra de  la  alta  habéis  de  encargaros  vos. 
Ovillo  Descuida. 

RigO  (a  la  Reina,  que  se  aproxima  á  él.)  Señora:  loS 

claveles  que  os  he  prometido.  (Le  entrega  ei 

ramo  que  lleva  en  la  mano.) 

Reina  (Tomándolos.)  ¡Pero,  Oonde:  sois  Verdadera- 
mente encantador!  ¿Cómo  este  prodigio? 
¡Traerme  fuera  de  tiempo  flores  que  no  son 
de  estufa! 

RÍQO  (Apasionadamente,  aunque  respetuoso.  )  Fuera  pro- 

digio desearlas  vos  y  que'  yo  no  las  trajese, 
señora.  (¡Cada  día  está  más  bella!)  (siguen  en 

voz  baja.) 

Rev.  (Aparte  á  Ovilio.)  ¿Lo  vió  Vuestra  Alteza?  ¡Le 

ha  dado  unas  flores. 
Ovillo        Ya  lo  he  notado. 

Rev.  Y  para  una  mujer  joven,  ese  pollo  es  de  un 

rubio  que  no  pierde. 

Ovilio  (Ahora  verás  )  (Alto,  aproximándose  á  Rigo.)  Con- 
de; perdonad  un  momento.  (La  Reina  vuelve 

con  sus  hermanas.) 

Rigo  A  vuestras  órdenes.  Alteza. 

Ovillo  ¿Me  queréis  decir  qué  cargo  ocupáis  en  la 
corte? 

Rigo  Ayudante  á  las  órdenes  de  la  Reina,  Alteza. 

Ovillo  Está  bien.  Pues  como  jefe  superior  de  pala- 
cio, he  pensado  que  ocupe  ese  puesto  el  ge- 
neral Marconi.  • 

Rigo  (í,Tan  anciano? 

Ovillo  Es  el  premio  á  cincuenta  años  de  servicios. 
¡Lamento  vuestra  contrariedad,  pero...! 


31  — 


|{iuo  Está  bien,  Alteza;  á  vuestras  órdenes.  (Aparte, 

haciendo  mutis  por  la  derecha.  )  jMe  aleja  de 
ella!...  ¡Me  mata!) 

Arn.  (Aparte.)  (¡Oh,  fortuna!...  ¡me  quita  un  rival 

de  en  medio!) 

Heina        (volviéndose  á  él.)  Teniente  Amoldo. 

Arn.  (Acudiendo  presuroso  )  ¡Señora! 

Reina  Seguid  contándome  vuestro  sueño  de  ano- 
che; ¡era  tan  interesante!... 

Arn.  Pues  nada,  señora:  soñé  que  yo,  robándole 

á  un  ángel  las  alas  en  una  loca  ambición  de 
amor  y  de  gloria,  empecé  á  subir...  á  subir 
por  una  escala,  á  cuyo  final,  muy  lejana,  se 
veía  aguardándome  la  silueta  de  una  mujer 
divina!  , 

Reina         ¿Y  no  la  conocíais? 

Arn.  Estaba  tan  alta,  que  sólo  pude  averiguar 

que  era  una  mujer  coronada...  coronada  de 
estrellas,  no  tan  brillantes  como  sus  ojos. 

Reina        ¡Qué  loco  sueño! 

Arn.  Ella  me  gritaba:  «No  subas,  pero  yo  perma- 

necía sordo  á  su  ruego  y  seguía  mi  ascen- 
sión; «no  subas»,~repetía, -y  yo  siempre 
sordo... 

OviiiO  (üándoie  un  gnlpecito  en  el  hombro.)  Teniente. 

Arn.  ¡Señor! 

Ovilio        Tengo  que  deciros... 

Arn.  Que  queda  suprimido  mi  cargo;  ¿no  es  eso? 

Ovilio  En  efecto.  Y  dada  vuestra  perspicacia,  os 
nombro  agregado  militar  da  nuestra  emba- 
jada en  Rigonia;  seréis  un  gran  diplomático. 

Arn.  (Aterrado.)  ¡En  Rigonia!  ¡A  quince  días  de  na- 

vegación! 

Ovilio        Con  buena  mar,  catorce  y  medio. 

Arn.  A  vuestras  órdenes,  (naciendo  mutis  por  la  dere- 

cha.) (¡Me  ha  destrozado!) 

Reina  Pero,  ¿qué  haces  con  mis  ayudantes,  queri- 
do sobrino? 

Ovilio        Proporcionarles  cargos,  donde  su  brío  y  pu 

janza  tenga  más  adecuado  empleo. 
Reina        ¿Y  en  su  lugar? 

Ovilio  Descuidad:  los  más  bravos  generales  del  ejér- 
cito Kisaliano,  ocuparán  sus  puestos,  (se  se 

paran.  Ovilio  se  dirige  á  Reverencio.)  ¿Qué  te  pa- 
rece? 

Rev.  Muy  bien,  Alteza;  muy  bien. 


—  32  — 


(Aparece  Rigo  por  la  derecha  con  uniforme  de  Gentil- 
hombre.) 

Ovilio  ¡Calla!...  ¡El  Conde  Rigo  con  otro  uniforme! 
Rev.  Y  que  éste  le  favorece  mucho  más.  ¡Está  pe- 

ligrosísimo! 

Reina  (Deteniendo  á  Ovilio,  que  avanza.)  ¿Qué  eS  eSO? 

¿Qué  uniforme  lleváis,  querido  Conde? 
Rigo  El  de  mi  segundo  cargo. 

Ovilio  ¿Cómo? 

Rigo  Sí;  además  de  Ayudante,  soy  Gentil-hombre 

al  servicio  inmediato  de  la  Reina. 

Ovilio  Es  que  también  he  pensado  en  cubrir  ese 
puesto,  de  modo  que  desde  este  momento 
quedáis  (¡estituído  de  la  ñamante  gentileza. 

Rigo  Está  bien.  (Saluda  y  hace  mutis  por  la  derecha  ) 

Reina  (volviendo  á  acercarse  á  Ovilio.)  ¿SabeS,  SobrinO, 

que  preparamos  grandes  fiestas  en  honor  de 
tus  guardias  marinas? 
Ovilio        Algo  me  han  dicho. 

Reina  El  regreso  del  barco  ha  causado  una  alegría 
general,  sobre  todo  entre  las  damas  de  pala- 
cio. La  mayoría  de  ellas  tenían  á  sus  novios 
en  viaje  de  instrucción. 

Ovilio        Lo  comprendo. 

Reina  (a  las  Damas.)  Vamos  á  mi  cámara  y  allí  ulti- 
maremos los  detalles.  Quiero  tenerlo  todo 
preparado  para  cuando  esa  brillante  juven- 
tud alegre  estos  salones  con  su  bullicio  y 

arrogancia,  (bís  en  la  orquesta  y  hacen  todos  mutis 
por  donde  salieron,  quedando  sólo  en  escena  el  Prínci- 
pe Ovilio  y  Reverencio.) 


ESCENA  XIV 

PRÍNCIPE  OVILIO  y  REVERENCIO.   Después  el  CONDE  RIGO  DE 
ALBIAN 

Rev.  Ese  es  el  procedimiento,  señor.  ¡Guerra  á  los 

guapos!  No  dejéis  uno. 
Ovilio        Ya  has  visto  las  primeras  bajas.  Bueno,  ¿y 

tú  me  hiciste  la  lista  de  peligrosos  de  la  alta 

servidumbre? 

Rev.  (Entregándole  un  papel.)  Aquí  la  tengo.  EstOS 

son  todos  aquellos  con  los  que  á  mi  juicio, 


33  -^^ 

debe  Vuestra  Alteza  tomar  una  determina- 
ción rápida. 

Ovilio  ¡Fuera  los  guapos!  ¡Fuera  todo  el  mundo  que 
no  sea  de  una  fealdad  subida,  repugnante. 

ReV.  (Mirando  hacia  la  derecha)  ¡Cuernoi...   ¡El  COnde 

Eigo  con  otro  uniforme!...  ¡Y  que  viene 
hecho  un  brazo  de  mar! 
Ovilio        ¿Pero  qué  hace  este  hombre?  (Aparece  Rigo  con 
nuevo  uniforme:  Ovilio  le  corta  el  paso.  )  ¿Adonde 
vais,  Conde? 

Rigo  Señor:  que  acabo  de  ser  nombrado  primer 

espolique  al  servicio  inmediato  de  la  Reina. 

Ovilio  Pero,  ¡caramba!...  ¿Quién  os  da  tantos  des- 
tinos? 

Rigo         Mi  tío. 

Ovilio        ¿Y  quién  es  vuestro  tío? 

Rigo  Montero. 

Ovilio  ¿Montero? 

Rigo  Montero  Mayor  del  Rey. 

Ovilio  ¡Ya  decía  yo!  Pues  decidle  á  vuestro  tío,  que 
quedáis  destituido  del  nuevo  cargo  y  que 
siga  nombrándoos  lo  que  quiera. 

Rigo  ¿De  modo  que  no  puedo  estar  al  lado  de  la 

Reina  ni  de  espolique? 

Ovilio        Ni  de  espolique. 

Rev.  (¡Y  si  te  pica,  que  te  pique!) 

Rigo  (¡Resignación!)    ¡Alteza!   (Reverencia   y  mutis.) 

(¡Voy  á  ponerme  otro  uniforme  á  ver!...) 

(Se  oyen  cañonazos  hacia  la  parte  de  la  bahia.) 

Ovillo  ¿Oyes?  ¡Nuestros  cañones!  Los  guardias  ma- 
rinas desembarcan  y  vienen  hacia  aquí.  Co- 
rro á  ponerm  eal  frente  de  ellos  (vanse  ios  dos.) 


ESCENA  XV 

DAMAS  DE  PALACIO  (segundas  tiples),  por  la  izquierda.  Después 
OVILIO  y  GUARDIAS  MARINAS  (coro  de  señoras),  por  la  izquierda 

Música 

Damas  (saliendo.) 

¡Por  fin  llegó  el  momento 

tan  deseado! 
Por  fin  llegó  el  instante 

que  yo  he  soñado. 


3 


—  3t  — 


Pensando  en  sus  amores 

viene  el  que  espero. 
Ya  llegan  los  marinos 

de  su  crucero. 

(Suben  al  foro  y  se  asoman  al  ventanal.) 

¡Qué  bizarros,  qué  gentiles 
y  qué  airosos  desembarcan. 

(cañonazos.) 

Ahora  el  buque  los  saluda 
con  las  salvas  de  ordenanza. 

¡Hurra!  (Agitando  los  pañuelos.) 

Ya  forman  en  el  muelle. 
Ya  vienen  hacia  aquí. 
¡Dios  mío,  qué  alegría 
tenerle  junto  á  mí! 

¡Hurral 

¡Hurra! 

(Aparecen  por  la  derecha  Ovillo  y  los  marinos;  evolu 
clonan  y  quedan  frente  al  público.) 


Ovillo  Rompan  filas.  ¡Ar! 

(Rompen  filas  y  forman  parejas.) 

Guardias  Esperanza  que  siempre 

llí^vé  conmigo, 
y  como  un  relicario 

guardé  en  mi  alma. 
Tú,  en  ias  noches  sin  puerto 

fuiste  mi  abrigo, 
y  tú  en  las  tempestades 
fuiste  la  calma. 
Damas  Yo  también  he  luchado 

con  los  pesares, 
y  he  sufrido  en  tu  ausencia 

duro  tormento. 
Y  al  cruzar  3n  tu  barco 

los  anchos  mares, 
te  acompañaba  siempre 
mi  pensamiento. 
Todos  La  fortuna  veleidosa 

le 

á  otras  tierras  llevó; 
me 

la  fortuna  caprichosa 


á       brazos  volvió, 
tus  me 

o     dichosa     i  mi  1  -i^ 

dichoso  y  ^  tu  ^^-^^ 


^  36  — 


ha  traído  la  ilusión, 

me 

y  en  ^  beso  ha  palpitado 

amoroso  el  corazón. 
Guardias  ¡Vida  mía! 

Qué  cosas  al  oído 
yo  te  diría. 
Damas  Marinero; 

también  yo  muchas  cosas 
decirte  quiero. 
Todos  Pensando  en  ti 

soñé  de  amor 
contemplando  el  ancho  mar, 
y  en  mi  ideal 
se  presentó; 
mi  sueño  era  el  estar 
junto  á  ti. 


Ovilio  Avante,  muchachos, 

más  no  confiar, 
que  en  los  mares  del  cariño 
es  muy  fácil  naufragar. 
Oid  mi  canción; 
por  ella  sabréis 
lo  que  es  el  sufrir 
por  una  mujer. 


Yo  puse  mis  amores  en  unos  ojos 
que  nunca  sin  turbarme  pude  mirar; 
eran  ojos  azules  como  las  aguas 
del  mar. 

Yo  puse  mis  amores  en  unos  labios 
que  nunca  con  mis  labios  llegué  á  juntar. 
Eran  labios  más  rojos  que  los  corales 
del  mar. 

Yo  he  visto  que  su  pecho  de  rosa  y  nieve 
se  agitaba  con  ansias  de  respirar, 
y  subía  y  bajaba  como  las  olas 
del  mar. 

Y  sus  ojos  tan  azules  me  engañaron 
y  «íus  labios  siempre  rojos  me  mintieron, 
y  en  mi  pecho  sus  amores  se  ocultaron 
y  murieron. 


—  36  — 


Todos       ¿Qué  me  importa  que  naufrague 
en  los  brazos  del  amor? 
Si  tus  brazos  no  me  faltan 

no  hay  temor. 

Que  en  mi  ideal 

te  presentí; 

mi  sueño  era  el  estar 

junto  á  ti. 


Guardias       Ya  la  corte  se  aproxima. 
Ovilio         Listos,  muchachos,  pronto,  á  formar; 
que  para  daros  la  bienvenida 
aquí  se  acerca  Su  Majestad. 

(Forman  á  la  derecha  y  las  Damas  forman  grupo  á  la 
izquierda.) 


ESCENA  FINAL 

DICHOS.  Por  la  izquierda,  el  REY,  la  REINA,  ESTEROLICIA,  AMA- 
LIA, ADELIA,  DOCTOR  ASTENIO  y  cuatro  ALABARDEROS.  Detrás 
CABALLEROS  DE  LA  CORTE  y  AYUDANTES  DE  SU  MAJESTAD, 
Por  último  término  derecha,  KALCUNDIO,  FINANCIO  y  ARM^NDIO, 
seguido  de  los  GUARDIAS  DE  PALACIO  (señoras),  y  el  resto  de  la 
Corte.  El  Rey  viste  de  uniforme,  con  banda  atravesada;  trae  de  la 
mano  á  la  Reina.  Avanzan  hasta  los  Marinos 


Rey  Sed  bien  venidos,  (saiudo.) 

Reina  Sed  bien  hallados.  (ídem.) 

Est.  Son  todos  ellos 

muy  agraciados. 


Rey  ■  La  Corte,  tan  fausto  suceso 

quiere  celebrar. 
Todos  Es  muy  natural. 

Rey  Y  yo  he  lanzado  varias  ideas 

que  no  son  feas, 
y  de  mis  labios  vais  á  escuchar. 


Yo  he  pensado  que  en  palacio  se  dé  un  lonch. 

Todos  Loncll.  (Hablado  y  con  voz  grave.) 

Rey  Y  que  el  lunes  haya  un  gran  stiplen  chas. 

Todos  Chas,  (siempre  lo  mismo.) 


—  37  — 


-Rey  Y  el  domingo  que  se  baile  un  cotillón. 

Todos  Llon. 

Rey  Y  se  obsequie  á  las  señoras  con  foa-grás. 

Todos  Grás. 

Rey  Yo  quiero  echar  el  resto 

gastando  un  fortunón. 

En  fin,  yo  quiero  que  esto 

sea  una  estupefación. 
Todos  El  quiere  echar  el  resto, 

etc.,  etc. 

Rey  También  pienso  en  una  fiesta  de  pistón. 

Todos  Ton. 
Rey  Donde  rieguen  los  salones  con  champán. 

Todos  Pan. 
Rey  Y  haya  bailes  y  sorpresas  y  emoción. 

Todos  Ción. 
Rey  Mientras  tocan  mil  y  pico  de  sigans. 

Todos  Gáns, 
Rey  Yo  quiero  echar  el  resto, 

etc.,  etc. 

Todos  ¡Viva  el  Rey! 

Salud  y  honor, 
felicidad, 
para  el  Rey  nuestro  señor. 

(Evolucionan  los  Marinos  y  desfilan  ante  los  Reyes; 


FIN  DEL  ACTO  PRIMERO 


UlAJLILRlJULBJJUUSJJtflJl^^ 


ACTO  SEGUNDO 


CUADRO  PRIMERO 

La  escena  representa  un  trozo  de  monte  de  caza  con  sus   piedras  y 
malezas  características.  En  el  foro,  ocupándolo  casi  todo,  corpu- 
lentos árboles  que  cruzan  sus  ramas  y  cuyos  troncos  se  hayan 
muy  próximos  unos  á  otros.  En  el  centro,  hacia  la  izquierda,  una 
I  peña  practicable,  más  alta  que  las  demás  y  desde  la  cual  se  supo- 

ne que  se  domina  el  paisaje  que  se  encuentra  al  otro  lado.  A  la 
derecha,  en  segundo  término;  al  pie  de  un  árbol,  un  tronco  en 
forma  de  banco.  La  peña  grande  tiene  desembarque  á  la  escena, 
por  ambos  lados.  La  acción  de  este  cuadro  empieza  á  la  caída  de 
la  tarde.  Son  paso  para  la  escena  todos  los  términos. 


ESCENA  PRIMERA 

BERTINA,  MARINELA  y  EFRONTA,  por  tercera  derecha 

Salen  corriendo  y  riendo.  La  primera  trae  una  sábana  grande  colga- 
da al  brazo 

Hablado  sobre  la  música 

Ber.  (saliendo  )  ¡Ja,  ja,  ja!  ¿Vienen? 

Mar.  (Mirando  hacia  dentro  y  con  alegría.)  Han  perdi- 

do nuestra  pista. 
Ber.  Fijaos  bien. 

Efro.         No,  no  vienen;  [si  son  unos  torpes! 
Mar.  Oye.  Bertina;  ¿y  no  será  una  imprudencia 


40  — 

bañarnos  hoy  con  tanto  señorón  de  caza? 

(Avanzan  al  proscenio.) 

Ber.  ¿Por  qué?  Ya  está  cayendo  la  tarde;  la  cace- 

ría acabará  en  seguida.  No  seáis  tontas  y 
vamos  á  nuestro  baño.  Hoy  me  tocaba  á  mí 
traer  la  sábana  y  no  os  podéis  quejar,  ¿eh? 
(Mostrando  la  sábana.)  ¡De  matrimonio  con  hi- 
jos!... 

Msr.  (corriendo  á  mirar  hacia  la  derecha.)   ¡Espera,  es- 

pera! 

Ber.  ¿Qué? 

Mar.  No...  nada;  me  pareció  que  eran  los  mozos 

que  nos  han  seguido. 
Ber.  Sí;  lo  que  es  hoy,  si  van  á  la  saucera,  buen 

chasco  se  llevarán.  ¿Vamos? 

EfrO.  ¡Al  agua!  (Después  de  mirar  si  las   persiguen,  des- 

aparecen bulliciosamente  por  última  izquierda.) 


ESCENA  II 

El  REY,  KALCUNDIO,  FINANCIO  y  ARMANDIO,  por  la  segunda 
izquierda,  vestidos  con  trajes  de  cazadores.  Llevan  escopetas  y  salen 
explorando  el  terreno,  con  pasos  á  compás  y  cómicamente,  para  que- 
dar frente  al  público  en  fila  y  las  escopetas  apoyadas  en  el  suelo, 
dando  un  golpe  con  el  último  acorde 

Cantado 

Todos  El  terror  de  los  palomas, 

el  pavor  de  las  perdices, 
y  el  espanto  de  las  coco... 
de  las  coco...  codornices; 
el  asombro  de  las  liebres, 
el  non-plus  de  los  conejos, 
y  el  requiescan-cantinpace 
de  aguiluchos  y  vencejos. 
■  Lo  que  salte,  lo  que  brinque, 
lo  que  corra,  lo  que  vuele, 
si  le  apunto  dos  segundos 
escapárseme  no  suele; 
jabalí  al  que  pongo  cerco, 
jabalí  que  cae  en  el  lazo: 
más  que  azote  de  la  caza 
somos  casi  un  azotazo. 

(Recorren  la  escena  como  á  la  salida.) 


—  41  ^ 


Rey  Si  le  tiro  parado  á  un  conejo... 

Los  tres  No  queda  ni  el  pellejo. 

Rey  Si  me  sale  una  tórtola  sola. 

Los  tres  De  un  tiro  la  atortola. 

Rey  Y  si  el  ave  es  de  lar  de  rapiña. 

decidme,  ¿qué  sucede? 

Los  tres  Que  la  diña. 


Rey  Yo  nunca  marro 

ni  me  confundo, 
mato  seis  ciervos 
en  un  cuarto  de  segundo, 
y  es  el  punto  de  mira 
de  mi  escopeta, 
un  billete  de  eslipin 
pa  el  otro  mundo. 

Los  tres  Yo  nunca  marro, 

etc.,  etc. 


Rey  Si  me  sale  volando  un  mochuelo. 

Los  tres  Volando  cae  al  suelo. 

Rey  Si  me  salta  ligero  un  cuclillo. 

Los  tres  Se  entrega  el  pobrecillo. 

Rey  Y  si  á  un  corzo  distingo  que  brinca, 

decidme,  ¿qué  sucede? 
-Los  tres  ¿Qué?  ¡La  hinca! 

Rey  Yo  nunca  marro, 

^  etc.,  etc. 


Hablado 


Kal.  ¡Oh,  qué  día  tan  espléndido  de  caza! 

Arm.  Yo  no  puedo  quejarme;  he  cobrado  setenta 

y  ocho  piezas. 
Fin.  ¿Y  Vuestra  Majestad? 

Rey  Yo,  ya  sabéis  que  apenas  cobro;  mis  tiros 

son  poco  certeros.  ¡Lo  de  esta  mañana  fué 

una  desgracia. 
Arm.         ¿Qué  pasó  á  Vuestra  Majestad? 
Rey  Pues  nada:  que  me  salió  un  conejo  por  en 

tre  unas  peñas  á  la  altura  de  mi  cabeza;  le 

apunté,  disparé  y  le  rompí  un  ala...  (moví- 


—  42  ~ 

miento  de  extrañeza  en  todos.)  al   SOmbrerO  del 

señor  Presidente,  con  tal  fortuna,  que  no  le- 

dió  un  solo  plomo  en  el  cuero  cabelludo. 
Kal.  (Aparte  á  los  otros.)  (¡Si  llego  á  tener  la  cabeza. 

un  centímetro  más  alta,  hay  crisis.) 
Rey  Hombre,  ¿qué  pájaro  sería  ese  último  qua 

le  tiré  cinco  tiros  y  como  si  no? 
Fin.  Señor,  era  un  cuco. 

Rey  Debí  figurármelo:  comer  de  las  cosechas  del 

Rey  y  no  alcanzarle  los  tiros...  jun  cuco  te- 
nía que  ser!  Bueno:  si  os  parece,  podemos, 
tomar  un  tente  en  pié. 

Kal.  Muy  bien  pensado. 

h  ey  Venid.  Probaremos  un  jamón  selecto  y  un 

vinillo  de  las  cepas  de  esta  posesión,  como 
no  hay  otro  en  Éisalia. 

Kal.  ¿Y  dónde  lo  tenéis,  señor? 

Rey  ¡Ah;  ese  es  mi  secreto!  Ya  veréis,  ya  veréis. 

Venid,  venid. 

Kal.  Seguimos  á  Vuestra  Majestad,  (vanse  por  pri- 

mera derecha.) 


ESCENA  III 

MOZO  1.**,   MOZO  2.°  y  MOZO  3.*' 

Salen  tercera  izquierda,  ocultándose  entre  los  árboles  y  riendo,  y 
^ayendo  cada  uno  un  bulto  de  ropa,  viéndose  que  son  prendas  de- 
mujer. Son  tres  lugareños 

Mozo  1.0     Oye:  ¿estás  seguro  de  que  la  Bertina  no  te 

vió  coger  la  ropa? 
Mozo  2.0     ¡Qué  había  de  verme!  La  estaba  echando 

agua  la  hija  de  la  Fermina  y  ella  chillaba  y 

se  reían  las  dos  á  tóo  reir  y  no  se  fijaron 

en  na. 

Mozo  3.0  Pues  yo  me  aproveché  de  un  momento  en 
que  la  Efronia  se  estaba  secando  con  la  sá- 
bana. 

Mozo  l.o  (Riendo.)  ¡Miá  que  cuando  salgan  y  se  encuen- 
tren sin  la  ropa!  ¡Creían  que  se  habían  bur- 
lao  de  nosotros! 

Mozo  2.0  Ahora,  en  castigo,  dejamos  la  ropa  detrás 
de  la  fuente  grande  y  las  corremos  por  ta 
el  monte. 


—  43  — 


Mozo  3.0     ¡Eso,  eso!  ¡Miá  que  es  una  broma  graciosaf 
¿eh? 

Mozo  l.o  Bueno;  pero  de  esto,  ni  una  palabra  á  mide. 
Mozo  2.0     Claro  que  á  naide.  ^ 

Mozo  1.0     Pues  vamos.  Lo  que  es  esta  vez,  no  se  me 
pone  moños  la  remilgá  de  la  Bertina.  (vanse 

riendo  por  la  tercera  derecha.) 

ESCENA  IV 

Por  la  segunda  izquierda,  sale  la  REINA  con  traje  y  escopeta  de- 
caza, seguida  de  los  AYUDANTES  1."  y  2.",  dos  generales  viejos  y 
derrengados,  que  andan  apoyándose  en  bastones-muletas;  visten  de 
uniforme  y  traen  escopeta  de  caza,  morral,  canana,  etc.  El  primero 
trae  una  gran  trompa  de  caza  cruzadaen  bandolera.  Tras  ellos  vienen 
ESTEROLICIA,  AMALIA,  ADELIA  y  el  PRÍNCIPE  OVILIO,  trajes 
de  caza  y  escopeta;  REVERENCIO,  como  en  el  primer  acto  y  cuatro 
ESCOPETEROS,  de  casaca  roja,  calzón  blanco,  bota  de  montar  y 
gorra  de  terciopelo,  con  escopeta,  canana,  trompas  y  piezas  de  caza, 
variada.  Son  excesivamente  feos 

Feina  (Enfadada,  á  los  Ayudantes.)  ¡VamoS,  Señore» 

ayudantes,  por  Dios!  ¡Hagan  un  esfuerzo, 
que  el  Rey  se  nos  ha  adelantado! 
Ayud.  1.0    Señora,  no  me  es  posible  correr  más.  Hága- 
se cargo  Vuestra  Majestad,  ¡son  ochenta  j 
seis  años...  ¡y  la  mar  de  arreos! 

Ayud.  2.0      (viene  jadeando.)  ¡Ay,  DioS  mío! 

Reina        ¿Qué  os  pasa,  general? 

Ayud  1.0  Nada,  señora,  que  yo  no  puedo  con  la  trom- 
pa, ea.  ¡Darme  este  trompazo  á  mis  años! 

Reina  Pero,  (itan  cansados  están  ustedes,  genera- 
les? 

Ayud.  l.o    Este  general,  en  particular,  no  puede  con  su 

alma.  (Pasan  y  se  sientan  en  el  tronco  de  la  dere- 
cha.) 

Reina  Y  qué  tal,  hermanas,  ¿cómo  se  ha  dado  la 
caza? 

Amalia  Muy  mal;  llevando  esos  escopeteros,  la  caza- 
huye  á  dos  kilómetros;  lo  he  observado. 

Est.  Como  que  yo  se  lo  he  dicho  á  estas:  con  esaa 

caras,  descastan  el  monte,  ya  lo  veréis. 

Ovilio         Pues  no  son  tan  feos. 

Reina        Ea,  señores,  pronto  se  hará  de  noche  y  nos 


—  44  — 


hemos  distanciado  bastante  del  Rey;  mar- 
chemos en  su  busca. 

Todos  Marchemos.  (Vause  todos  por  la  segunda  derecha, 

oyendo  á  poco  carcajadas  entre  los  que  se  alejan.) 

ESCENA  V 


Por  la  segunda  izquierda,  aparece  RETAMA,  en  mangas  de  camisa, 
guarda  bastante  viejo,  con  bandolera  y  sombrero  con  escarapela, 
bocina  y  escudo  real  Luego  el  HEY,  por  la  primera  derecha 


Retama  sale  con  precaución,  mirando  a  todas  partes.  Lleva  en  la 
mano  una  cayada  y  atado  en  la  punta  de  la  misma  un  pañuelo  blan- 
co. Avanza  hasta  el  proscenio  en  la  forma  indicada,  mira  *á  la  dere 
cha,  da  muestras  de  haber  divisado  el  grupo  de  personas  que  acaba 
de  salir,  se  encarama  sobre  la  peña  alta  del  fondo,  enarbola  el  palo 
con  ei  pañuelo  y  lo  agita  en  el  aire  de  izquierda  á  derecha  y  de  de- 
Techa  á  izquierda,  vuelto  de  espaldas  al  público.  En  esta  faena  le  sor- 
prenderá el  Rey,  que  sale  por  la  primera  derecha 

J?ey  ¿Dónde  estará  la?...  ¡Eh!...  ¿qué  hace  este 

montaraz?...  ¿Estará  ojeando  vencejos?  (se 

•  .     .    -  acercad  la  peña  y  toca  á  Retama  con  la  escopeta.) 

¿Qué  haces,  buen  hombre! 

f?et.  (Volviéndose  y  quedando  aterrado.)  ¡¡El  Rey!!  (Se 

quita  el  sombrero  y  deja  de  hacer  señas.) 

f?ey  Ponte,  ponte  el  sombrero;  me  chocó  verte 

agitando  ese  palo  con  el  pañuelo  y  me  he 
preguntado:  ¿qué  hará  este  buena  pieza? 

Rq\.  (Bajando  de  la  peña,  por  el  desembarque  de  la  iz- 

quierda y  avanzando  los  dos  al  proscenio.  )  Señor... 
era  un  asunto... 

Rey  ¡Ah,  vamos:  estabas  ventilando  un  asunto! 

¡No  deja  de  ser  curioso!  ¿Y  qué  era,  qué 
era? 

Ret.  Señor,  no  debía  decirlo,  pera  puesto  que 

Vuestra  Majestad  me  manda... 

Rey  Ya  te  he  dicho  que  has  picado  mi  curiosi- 

dad; conque  habla. 

Ret.  Pues  nada,  señor;  que  venía  yo  por  la  orilla 

del  río,  como  á  un  tiro  de  escopeta  de  la 
saucera,  cuando  al  pasar  por  los  encinares 
de  la  derecha,  oigo  unas  voces  que  me  gri- 
tan: «¡Tío  Retama,  tío  Retama!»  No  me 
asusté,  porque  las  voces  eran  frescas  y  ati- 


—  46  — 


plás,  vamos,  voces  de  muchachas.  En  esto^ 
me  voy  pa  el  «Encinar»  y  oigo  que  me  di- 
cen: «¡  Xo!...  iNo  se  acerque  usté  ó  le  tira- 
mos piedras!» — ¿Por  qué?,  les  grito. — «Pues 

poique.,,  porque...»  (Dudando  y  dando  vueltas 
al  sombrero  entre  las  manos.)  Y  me  dijeron  Una 

cosa  que...  francamente... 
Rey  Repítela. 

Ret.  Es  que  estoy  buscando  la  torma  de  decírse- 

lo á  Vuestra  Majestad  con  alguna  decen- 
cia. 

Rey  No  te  preocupes;  tú  dime  la  verdad,  com- 

pletamente desnuda. 

Ret.  Pues...  ¡«No  se  acerque,  ¡me  gritaron,  por- 

que estamos  completamente...  como  la  ver- 
dad...» 

Rey  ¡Hola!  ¿Desnudas?  (Mirando  hacia  la  izquierda.) 

Ret.  Sí,  señor.  Son  tres  hijas  de  unos  compañe- 

ros; se  estaban  bañando  y  unos  mozos  les 
han  quitado  la  ropa. 

Rey  ¡Bonita  acción!  ¡Qué  villanía! 

Ret.  Y  ya  puede  figurarse  Vuestra  Majestad;  me 

suplicaron  que  viniese  delante  y  que  si  veía 
gente  por  el  camino  que  tienen  que  seguir 
pa  ir  á  su  casa,  les  hiciera  la  seña  que  ha- 
béis visto,  pa  que  no  avanzasen.  Yo,  llegué 
hasta  aquí,  vi  un  grupo  de  cazadores  y... 
¡claro!,  les  hacía  así,  (La  seña.)  pa  que  no  vi- 
nieran. 

Rey  ¡Bien!...  ¡Muy  bien!  Bueno;  pues  retírate.  Y 

en  cuanto  á  esas  desdichadas,  que  esperen 
si  quieren  á  que  se  haga  de  noche  y  así  po- 
drán volver  á  su  casa  sin  ofender  á  la  mo- 
ral. ¡Sería  una  vergüenza  que  alguien  las 

viera!  (Vuelve  á  mirar.) 

Ret.  ¿Me  manda  algo  más  Vuestra  Majestae? 

Rey  No;  nada.  (Retama,  atraviesa,  ijara  hacer  mutis  por 

la  derecha.)  ¡  Ah!,  Oye,  apreciable  rústico.  (Reta- 
ma se  detiene.)  ¿Dices,  quc  habías  convenido 

con  ellas,  en  que  así,  (imitando  el  movimiento 
que  hacía  Retama  con  la  escopeta.)  era  para  que 

no  viniesen? 
Ret.  Sí,  señor. 

Rey  Bueno...  y.,  para  que  viniesen,  ¿habías  con- 

venido algo? 

Ret.  Pues,  pa  que  viniesen,  me  han  dicho  que 


—  46  — 


moviera  el  pañuelo  de  atrás,  alante;  así, 
(lo  hace  )  coHio  diciendo:  «Venid,  chicas;  ve- 
nir.» 

Rey  ¡Muy  bien!...  ¡Es  ingenioso!  Pues  anda;  anda 

con  Dios. 

Ret.  Bueno,  señor.  (Vase  segunda  derecha.) 

ESCENA  VI 

El  REY.  Luego  el  PRÍNCIPE  OVILIO 

f?ey  Tres  aldeanas,  jóvenes,  fragantes,  que  esta- 

ban bañándose...  y  les  han  quitado  la  ropa... 

(Mira  á  todos  lados,  saca  un  pañuelo  blanco  y  lo  ata  á 
la  punta  del  cañón  de  la  escopeta.)  ¡Ni  Una  pala- 
bra más!  (tíe  sube  á  la  peña  y  comienza  á  agitar 
el  pañuelo  de  atrás  a  adelante.) 
OvilíO  (Saliendo  segunda  derecha,  y  quedando  parado  al  ver 

la  actitud  del  Rey.)  ¿Qué  hacc  mí  tío?  ¿Estará 

secando  el  pañuelo?  (Acercándose  á  la  peña  y  to- 
cando al  Rey  con  la  escopeta,  como  él  hizo  antes  con 
Retama.)  ¡¡Tío!! 

fiey  (volviendo   sorprendido  y   aparte.)  (¡Demonio!... 

¡Este  me  va  á  fastidiar!)  (Alto.)  ¡Hola,  Ovillo! 
Ovilio         ¿Sería  impertinente  preguntaros  qué  ha. 
ciáis? 

fiey  (Aparte.)  (¡Y  csas  que  van  é  venir!...  Les  diré 

que  no  vengan.)  (Agitando  la  escopeta  de  derecha 
á  izquiérda.  )  Pues  nada,  querido  sobrino;  que 
los  mosquitos  no  me  dejan  parar.  ¡Hay  Una 
verdadera  plaga!  (¿Me  habrán  entendido?) 
(sigue  agitando.)  ¡Mira,  mira  qué  nube.  ¿No  los 
ves? 

Oviüo         Sí,  sí;  pero,  por  Dios,  no  os  molestéis:  yo 

os  los  espantaré,  (neja  la  escopeta  apoyada  en  la 
peña,  y  sube  á  ella  por  su  lado  derecho;  saca  el  pa- 
ñuelo y  con  la  mano  comienza  á  agitarlo  de  atrás  á 
adelante.) 

Rey  (Deteniéndole   vivamente.)  ¡No!...  ¡hombre,  por 

Dios!...  ¿qué  haces? 

Ovilio         Ayudaros  á  espantarlos. 

Rey  Pero,  así  no,  tonto,  que  van  á  venir. 

Ovilio         ¿Cómo  que  van  á  venir? 

Rey  Que  van  á  venir  más  mosquitos;  que  los  co- 

nozco. ¿No  ves  que  vienen  de  los  remansos 


—  47  — 


del  río?  Hay  que  hacerles  así,  para  que  se 

alejen.  (Vuelve  á  hacer  señas  de  que  no  vengan.) 

Pero,  señor;  ¿qué  más  da  hacer  así  (seña  ne- 
gativa.) que  así?  (seña  afirmativa.) 
(Sujetándole  el  brazo.)  ¡Que  no,  hombre;  caram- 
ba! No  me  fastidies,  haz  el  favor.  Métete  el 
pañuelito  en  el  bolsillo,  que  los  mosquitos 
de  toda  esta  comarca  hay  que  espantarlos 
así.  (seña  negativa.)  ¡Si  los  conoceré  yo  que  soy 
su  Rey!  (¡Las  pobres  se  estarán  haciendo  un 
lío!) 

(Bajando  de  la  peña  por  donde  subió  y  cogiendo  su 

escopeta.)  Como  qu erais.  Pues  yo  venía,  por- 
que como  la  Reina  está  impaciente  y  os 
anda  buscando. 

¿Buscándome?  ¡Pobrecilla!  Pues  anda,  anda; 
adelántate  tú— porque  yo  como  estoy  tan 
flojo,  no  me  atrevo  á  correr — y  dile  que  no 
se  intranquilice,  que  en  seguidita  voy.  Vue- 
la, vuela. 

(Haciendo  mutis  por  donde  salió.)  No  tardéis. 

Todo  lo  deprisa  que  me  permitan  mis  esca- 
sas fuerzas.  Anda,  anda.  (Mutis  Oviiio.) 


ESCENA  VII 

El  REY.  Luego  KALCÜNDIO,  ARMANDIO  y  FINANCIO 

3Rey  ¡Gracias  á  Dios!  ¡Creí  que  no  se  iba!  Y  el 

caso  es  que  esas  pobres  muchachas,  con  es 
tas  señas  tan  contradictorias,  estarán  per- 
plejas. Voy  á  ver  si  de  una  vez  las  atraigo. 

(Se  dispone  para  volver  á  hacer  señas  y  se  detiene  sor- 
prendido al  oir  las  voces  de  los  Ministros,  que  se  apro- 
ximan por  la  derecha.)  ¡Calle!...  ¡Gente  vien^^!... 
¡Atiza!...  ¡Los  Ministros!..,  ¿A  qué  vendrán? 

Me  ocultaré  (Desciende  y  hace  mutis  fondo  dere- 
cha. Salen  los  tres  Ministros  por  la  segunda  derecha 
uno  tras  otro.  Traen  cada  uno  su  escopeta  al  hombro 
y  atado  á  la  punta  de  cada  cañón  un  pañuelo.  Se  pa- 
ran en  el  centro  de  la  escena.) 

Kal.  Tres  mozas  hermosísimas,  fresquísimas,  jo- 

vencísimas,  que  estaban  bañándose  y... 
Arm.         ¡Es  graciosísimo! 


€vilio 

t)viiio 
Rey 

üvilio 
Rey 


—  48  — 


Fin.  Debemos  atraerlas.  ¡Una  política  de  atrac- 

ción!... 

Arnt.  ¡Juventud...  lozanía!...  ¿He  dicho  algo? 

Kal.  Yo  sólo  haré  la  seña  que  nos  dijo  el  tío  Re- 

tama; si  ven  más  pañuelos  podrían  esca- 
marse. 

Arm.  Usted  agite,  que  cuando  usted  se  canse,  agi- 

taré yo,  señor  Presidente. 

Fin.  ¡Con  esta  caza  sí  que  no  contábamos! 

Kal.  ¡Caza  mayor!  ¡Esto  tiene  todo  el  saborcilla 

de  un  cuento  de  Bocaccio! 

Arm.  ¡Tres  ondinas  que  van  á  venir  al  reclamo! 

Fin.  Agite,  Presidente;  agite  de  atrás  adelante. 

Kal.  Vamos  allá,  (suben  á  la  peña  con  precaución  cómi- 

ca y  agitan  los  pañuelos  de  atrás  adelante.  Sale  el  Rey 
silenciosamente,  sube,  se  coloca  tras  de  ellos  sin  que- 
le  vean  ni  le  sientan  y  agita  el  pañuelo  de  izquierda  á 
derecha  para  que  no  vengan.) 

Arm.  (  Volviéndose  sorprendido.)  ¡Éh! 

Los  tres  ¡¡El  Rey!!  (Apoyan  las  escopetas  en  la  peña  con  los 
cañones  hacia  afuera;  el  Rey  desciende  de  ella  y  queda 
en  el  lado  derecho  con  la  escopeta  en  alto  formando 
cuadro.  Pequeña  pausa.) 

Rey  Reunidos  en  Consejo,  ¿eh? 

Kal.  Señor,  estábamos  aquí  espantando... 

Rey  Mosquitos,  ¿verdad?  Me  lo  figuré,  y  he  su- 

bido á  ayudaros.  (Bajan  todos  de  la  peña;  el  Rer 
se  sienta  en  el  tronco  que  hay  hacia  la  derecha  y  los 

Ministros  de  pie.)  Aunquc,  á  dcciros  verdad,  al 
principio  creí  que  la  agitación  de  esos  pa- 
ñuelos era  para  atraer  á  esas  pajaritas  que 
abundan  tanto  por  aquí,  y  que  no  sé  cómo 
se  llaman. 

Kal.  Señor;  ignoramos  á  qué  clase  de  pájaras 

pufcda  referirse  Su  Majestad. 

Rey  Si  es  que  no  me  acuerdo  del  nombre  técni- 

co; pero,  en  fin,  á  poca  costa,  podéis  salir  de 
vuestra  ignorancia.  Id  á  buscar  la  comitiva 
de  la  Reina,  y  en  ella  va  un  guardabosque 
que  os  informará.  Se  llama  Retama,  inte- 
rrogadle. 

KaL  No;  si  la  curiosidad  no  era  cosa  mayor... 

Rey  Andad,  andad. 

Fin.  (Aparte  á  los  otros.)  (NoS  echa.) 

Arm.  ¿Vuestra  Majestad  no  va  á  venir? 

Rey  No;  yo  me  quedo  aquí  respirando  el  aire 


~  49 


puro,  ©xigenándome.  ¡Estoy  tan  flojo...  tan 
débil!... 

Kal.  Si  queréis  que  alguno  de  nosotros  os  haga 

compañía,..  Yo  mismo,  por  ejemplo. 
Arm.         O  yo. 
Fin.  Oyó. 

Rey  No;  vosotros  subid  más  arriba.  Sois  un  Ga- 

binete que  necesita  airearse.  Os  recomienda 
el  Chaparral;  es  un  lugar  delicioso. 

Kal.  Sí;  pero  está  á  cuatro  leguas. 

Rey  Pues  la  «Avenida  de  los  Olmos».  ^ 

Arm.         Está  á  seis. 

Rey  Pues  la  de  los  «Castaños». 

Fin.  Está... 

Kal.  (Aparte  á  los  otros.)  (Está  decidido  á  echarnos^ 

no  molestarse.) 
Arm.  (ídem.)  (Hay  que  irse.) 

Los  tres       (naciendo  una  reverencia.)  ¡Señor!... 

Rey  Andad  con  Dios,  Gabinetito. 

Kal.  (Mientras  hacen  mutis  por  la  segunda  derecha.)  (¡Lo 

que  daría  yo  ahora  por  ser  Presidente  de 
una  República!)  (vanse.) 


ESCENA  VIII 


El  REY.  Después  BERTINA,  MARINELA  y  EFRONIA 

Rey  (viéndolos  marchar.)  ¡A  estos  ministros  les  cues. 

ta  trabajo  irse!  ¿Y  esas  muchachas,  ¿qué  ha- 
brán hecho  al  ver  tantas  señales?  Porque.., 

(Deja  la  escopeta  apoyada  en  la  peña  y  suhe  á  ella.) 

¡Calle!...  ¡Sí!  Allí  parece  que  distingo...  (Mi- 
rando hacia  la  derecha.)  ¡Justo!...  VeO  Una  COSa 

blanca  que  se  acerca.  Deben  ser  ellas.  ¡Qué 
lástima  no  haberme  traído  los  gemelos  de 
campaña!  El  bulto  se  aproxima;  es  decir,  los 
bultos;  porque  se  ven  varios.  ¡Cómo  vienen; 
qué...  qué  deprisa!  ¡Yo  sudo  trementina!... 
Claro;  la  estación  calurosa...  ¡Esto  es  para 
una  apoplegía'  ¡No  puede  resistirse!  Los  bul- 
tos... la  estación...  Voy  á  tener  que  marchar- 
me. Pero,  no;  me  esconderé  detrás  de  esa 

enema.  (Desciende  y  se  oculta  tras  un  árbol  de  la 
derecha.) 


4 


-  50  - 

"Bér.  (Dentro.)  Por  aquí. 

Mar.         (Idem.)  ¡Qué  miedo! 

EfrO.  (ídem.)  ¡Qué  vergüenza!    (ai  decir  la  última  frase 

asoman  las  tres  por  la  segunda  izquierda.  Vienen  las 
tres  envueltas  en  una  sábana  grande  que  las  tapa  casi 
por  completo,  exceptuándose  parte  de  pantorrilla  y  el 
pie,  que  figura  descalzo  y  los  brazos;  traen  el  pelo 
suelto.) 

Rey  (Avanzaado  cuando  están  en  el  centro  de  la  escena.) 

Bellas  ondinas! 
Las  tres      ¡¡Ayü  (Dan  un  grito  y  hacen  mutis  por  donde  salie- 
ron, dando  vueltas  girando  sobre  el  eje  y  sin  que  por 
un  momento  se  destapen.) 

Rey  ¡Se  asustaron!...  Voy  á  ealmarlas.  vase  tías 

ellas.) 


ESCENA  IX 

La  REINA,  ESTEROLICIA,  AMALIA,  ADELIA,   OVILIO  y  REVE- 
RENCIO. Al  final  el  REY.  Comienza  á  anochecer 


Reina  (saliendo  seguida  de  todos  por  la  segunda  derecha.) 

¡Tampoco  está  aquí! 
Ovilio        Pues  yo  aseguro  que  le  dejé  en  este  mismo 

sitio,  (Reparando  y  cogiéndola.)  ¡Mirad  SU  esco- 
peta! (Se  la  entrega  á  Reverencio.) 

Est.  Los  Ministros  también  aseguran  que  se  que- 

dó aquí. 

Rev.  (a  la  Reina.)  Si  me  dais  permiso,  puedo  reco- 

rrer todo  este  contorno. 

Reina  Sí,  sí;  me  intranquiliza.  Y  luego,  con  lo  de- 
licado que  está... 

Adelia       (Mirando.)  Mirad;  me  parece  que  llega. 

Amalia      Sí;  él  es. 

Rey  (saliendo  por  donde  hicieron  mutis.  Trae  la  sábana 

colgada  al  hombro  y  cogida  por  una  punta  á  modo  de 
los  toreros  cuando  dan  una  larga.)  ¡Cualquiera  laS 

alcanza!  (Riendo.)  ¡Cómo  corren!...  (volviéndose 

de  pronto  y  quedándose  «de  piedra»  al  ver  á  su  mujer.) 

¡Canario!...  ¡¡La  Reina!! 
Reina        Pero,  ¿dónde  te  metes? 

Rey  (uniendo  la  acción  á  la  palabra  de  una  manera  disi- 

mulada. )  Pues  por  ahí...  dando  largas...  dando 
largas  al  tiempo  hasta  la  hora  de  mar- 
charnos. 


—  51  ^ 


Reina  ¡Y  todos  alarmadísimos!  (Fijándose  en  la  saba- 

na.) ¿Pero  qué  traes  ahí? 

Rey  No,  nada;  que  había  ido  á  lavarme  las  ma- 

nos, recordé  que  allí  abajo  había  ropa  ten- 
dida y  cogí  esta  toalla. 

Est.  ¿Toalla? 

Rey  Bueno,  ó  lo  que  sea;  no  me  había  fijado  en 

el  tamaño. 

Reina  Si  hemos  de  tomar  ese  piscolabis  de  que  ha- 
blabas, no  debemos  detenernos;  la  noche  se 
echa  encima. 

Rey  Dices  bien;  no  sé  si  serán  los  aires,  el  ejerci- 

cio ó  la  amplitud  de  horizontes  que  he  vis- 
to, pero  se  me  ha  abierto  una  ganilla... 

Reina        <:Oís,  señores?  ¡Kl  Rey  tiene  apetitol 

Est.  No  perdamos  la  ocasión. 

Reina  En  marcha.  (Vanse  todos  por  la  segunda  derecha.) 


ESCENA  X 


Música  en  la  orquesta 


Se  hace  casi  de  noche;  la  luna  ilumina  el  fondo  izquierda.  A  su  tiem- 
po, por  el  foro  derecha,  salan  KALCUNDIO,  ARMANDIO  y  FINAN- 
<^I0,  explorando  el  horizonte  con  grandes  telescopios  de  mano  y  ha- 
cen mutis  por  la  segunda  izquierda.  Se  hace  obscuro  de  noche,  que- 
dando la  escena  iluminada  únicamente  por  la  luna.  Del  foro  izquierda 
salen  «tres  contraflguras»  de  Bertina,  Marínela  y  Efronia,  en  «mayé», 
y  atraviesan  la  escena  por  el  fondo,  tras  el  radio  de  luz  de  luna,  re- 
catándose y  amparándose  en  los  diferentes  troncos  del  bosque,  pa- 
sando de  uno  á  otro  rápidas  y  temerosas  hasta  que  desaparecen  fon- 
do izquierda.  Siguiéndolas  y  amparándose  también  en  los  troncos  de 
árbol  para  no  ser  vistos,  las  siguen  los  Ministros  y  los  MOZOS  l.'', 
2.**  y  8.**.  Por  último,  por  la  segunda  izquierda,  aparecen  los  dos 
AYUDANTES  de  la  Feina,  que  á  pesar  de  lo  avanzado  de  su  edad, 
avan/au  mirando  con  grandes  gemelos  de  campaña.  Para  distinguir 
mejor  á  las  que  se  alejan,  se  encaraman  á  la  peña  del  centro,  cayen- 
do de  bruces.  Telón  rápido  de  cuadro 


Música  en  Ba  orquesta 


MUTACBOMI 


~  62  — 


CUADRO  SEGUNDO 

Interior  de  una  caseta  de  un  guarda  de  monte.  Consta  esta  caseta*  def 
una  sola  habitación,  y,  por  lo  tanto,  en  sus  muros,  no  se  yerá! 
puerta  alguna,  excepto  la  de  entrada  que  está  al  foro,  un  poco  co- 
rrida hacia  la  izquierda.  Al  foro -  derecha  una  pequeña  ventaija,; 
cuyo  alféizar  estará  á  la  altura  del  cuello  de  una  persona.  En  el 
piso  del  escenario,  hacia  la  derecha,  una  tranapa  practicable,  por 
la  que  se  baja  rá  una  cueva.  Dielia  trampa  se  abre  hacia  la  dere-i 
cha  de  la  escena  y  tiene  la  escalera  de  bajada  de  derecha  á  cen- 
tro. A  la  izquierda,  pegada  al  muro,  una  mesa  tosca  de  pino  y 
varias  sillas  toscas.  Sobre  eUa  un  gran  velón  de  dos  candiles,  en-, 
cendido  y  dos  farolillos  de  mano  apagados.  En  las  paredes  una. 
cabeza  de  ciervo  y  algún  atributo  de  caza.  Cantarero  al  foudo.  Es: 
de  noche. 

ESCENA  PRIMERA 

FAUSTINO.  Luego  Bertina,  MARINELA  y  EFRONIA 

Al  levantarse  el  telón,  Faustino,  guarda  del  monte,  está  limpiando-, 
una  escopeta  sentado  á  la  izquierda.  A  los  pies  tiene  varios  sacos;, 
está  en  mangas  de  camisa  con  la  bandolera  y  sombrero  puesto,  y  tie- 
ne sobre  otra  silla  el  chaquetón  de  monte.  Es  hombre  algo  viejo 

Faus.         ¡Cómo  está  esta  escopeta!  ¡Buen  tute  ha  lie- , 
vao  la  pobre!  Ya  hacía  tiempo  que  en  esta 
real  posesión  no  se  oían  tantos  tiros.  ¡Claro! 
Como  Su  Majestad  está  algo  delicao,  no  tiene 

humor.  (Deja  la  escopeta  apoyada  en  una  silla  del 

foro.)  En  fin,  echaré  estos  sacos  á  la  cueva. 

(Los  coge,  abre  la  trampa  y  los  echa  á  la  cueva.  Las 
tres  muchachas  asoman  la  cabeza  por  la  ventana.) 

Ber.  (Temerosa  )  ¡Señor  Faustiiiol  ¡Señor  Faustino! 

Faus.  ¡Eh!  (cierra  y  retrocede  hacia  la  mesa.)  ¿Quién 

llama? 
Mar.  Aquí. 
Efro.  Nosotras. 

Faus.         ¡Recontra!  ¿Pero  qué  os  trae  por  aquí?  Pa- 

sad,  chicas,  pasad! 
Ber.  (sobresaltada.)  No  podeiuos,  scñor  Faustino. 

Faus.  (Avanzando.)  ¿Que  nO  podéis? 


-  63  — 


'Mar.  ¡No,  por  Dios!...  ¡No  se  acerque  usted! 

Faus.         ¿Pues  qué  os  pasa  que  ni  podéis  entrar  ni 

puedo  arrimarme? 
£fro=         Que  puede  usted  vernos. 
Faus.         ¡Anda!  ¡Si  fuera  la  primera  vez  que  os  veo!... 
Ber  Como  estamos  ahora,  la  segunda;  porque 

usted  creo  que  nos  vió  nacer  á  las  tres. 
Faus.         ¿Y  qué  me  queréis  decir  con  |eso? 
Mar.  Pues  que  estamos...  estamos... 

Ber.  Nada;  que  estábamos  bañándonos  y  nos  han 

-    -  quitado  la  ropa;  ¿para  qué  decirle  á  usted 

más? 

Faus.  ¡Recuerno!  ¿De  modo  que?...  (va  hacia  la  ven- 

tana, pero  retrocede  ante  los  gritos  de  ellas.) 

Mar.        .  ¡Que  no  se  acerque! 

F aus.         ¿Pero  qué  queréis  que  haga? 

Ber.  Que  nos  deje  usted  guarecernos  aquí  y  vaya 

á  mi  casa  y  diga  que  nos  traigan  ropa. 

Mar.  Pero,  pronto;  porque  nos  vienen  siguiendo,. 

Faus.  Bueno,  bueno;  pero,  ¿y  si  viene  alguien  tan 
y  mientras?  Mirar;  se  me  ocurre  una  cosa 
mejor:  pasar  y  meteros  en  la  cueva;  ahí  no 
hay  peligro,  y  además  podéis  envolveros  en 
unos  sacos  que  tengo  abajo. 

Ber.  Bueno;  pero,  ¿cómo  pasamos? 

Faus.         Toma;  pasando*.  Cerraré  los  ojos. 

Efro.         No  me  fío. 

Ber.  Ni  yo;  que  usted  j9(2r2?aíZea. 

Faus.         Bueno,  pues  saldré  yo  primero,  (coge  ei  velón 

y  avanza.) 

Mar.         ¡No!  ¡tampoco! 
Faus.         Pues  no  veo  manera. 

Ber.  Hay  una  muy  sencilla.  Vaya  usted  hacien- 

do lo  que  le  digo:  abra  usted  la  trampa  de 
la  cueva. 

Faus.  (Llevando  el  velón  y  obedeciendo.)  Ya  está. 

Ber.  Ahora,  apague  uííted  la  luz. 

Faus.         Pero,  ¿y  si  tropezáis? 

Mar.  No  se  preocupe  usted  y  apague.  (Faustino 


apaga  la  luz;  queda  uu  momento  todo  el  teatro  á  obs- 
curas. Efecto  de  luz  roja  en  la  batería  hacia  la  orquesta 
liara  distraer  la  atención  del  piiblico.)  Dame  la 

mano,  tonta.  ¡Uy,  qué  fríos  están  ios  escalo 
nes!  Ya  estamos;  cierre  usted  y  encienda. 

(Faustino  obedece  y  al  hacerse  la  luz,  la  trampa  esta  ce- 
rrada, la  puerta  de  la  calle  abierta  y  las  muchachas 


-  6á  — 


han  desaparecido.  Todo  ha  de  ser  muy  rápido.  Mientras 
habla  Marínela,  Bertina  y  Efronia  bajan  al  foso  para 
lo  que  sigue.) 

FSUS.  (Empezando  á  hablar  á  obscuras  y  encendiendo  una 

cerilla  y  con  ella  el  velón.)  ¡Lo  que  idean  laS 

mujeres!  ¡A  mí  no  se  me  hubiera  ocurrido 
nunca  quedarme  á  obscuras  y  menos  en  una 

situación  como  ésta:  (Gritando  para  que  le  oigaa 

las  de  abajo.)  Esperadme,  que  no  tardo  ná. 

(Deja  el  velón  sobre  la  mesa  y  coge  la  bocina  y  el 

chaquetón.)  Me  llegaré  á  casa  de  la  Marinela, 
que  por  el  atajo  me  pilla  más  cerca.  ¡Vaya 
una  bromita  que  las  han  dao!  Pues  anda 
que  en  cuanto  el  padre  de  la  Bertina  se  en- 
tere de  quién  ha  sido  el  guasón,  no  le  arrien- 
do la  ganancia.  (Vase  foro  izquierda.  En  cuanto 
dasaparece,  se  abre  la  trampa  de  la  cueva,  empujada 
por  Bertina  y  Efronia,  que  asoman  la  cabeza  lo  sufi-^ 
ciente  para  que  se  les  vea  el  cuello  nada  más.) 

Efro.         ¿Se  ha  ido  ya? 

Ber.  Creo  que  sí.  ¡Dios  quiera  que  nos  traigan  la 

ropa  en  seguida!  ¡Chist!...  ¡Callad!  ¡Parece 

que  viene  gente!  ¡Sí!  Abajo  (cierran  la  trampa.) 


ESCENA  II 

Por  el  foro  derecha,  el  REY,  la  REINA,  ESTEROLICIA,  AMALIA, 
ADELIA,  OVILIO,  KALCUNDIO,  ARMANDIO,  FINANCIO,  REVE- 
RENCIO, que  lleva  una  cesta  de  viaje,  propia  de  automóvil  ó  coche 
de  lujo,  y  por  último,  el  doctor  ASTENIO,  de  cazador  también.  Los 
escopeteros  atraviesan  la  escena  y  desaparecen  por  la  izquierda 

Rey  Pasad,  pasad;  este  es  mi  escondite  vinícola- 

piscolábico.  Aquí  podemos  reparar  las  fuer- 
zas y  descansar  un  momento  hasta  que  lle- 
guen los  coches.  ¿Dónde  se  habrá  metido 

Faustino?  (Se  quitan  los  avíos  de  caza  y  los  dejau 
arrimados  á  las  sillas,  con  las  escopetas.  Los  ministros 
á  la  derecha,  el  Rey  al  centro  y  los  demás  á  la  izquier- 
da. Astenio,  con  los  ministros.) 

Est.  ¡Oh,  qué  encanto!  ¡Esta  caseta  es  de  una 

rusticidad  virgiliana! 

Rey  ¡Oh,  pues  si  supieras,  querida  cuñada,  lo 

que  hay  abajo!  (señalando  la  cueva.)  ¡Cosa  ex- 
quisita! 


~  66  — 


Est.  ¿Algo  geórgico? 

Rey  ¡Quiá!  ¡Unos  jamones  riquísimos! 

Est.  ¿Curados? 

Rey  ¡En  la  convalecencia!;  pero  que  con  tomate, 

quitan  las  penas.  En  fin,  señores:  aquí  hemos 
venido  á  reparar  las  fuerzas,  ¿no  es  eso? 

Reina        Al  menos  tú  dijiste  que  tenías  apetito. 

Rey  ¡Y  lo  tengo!  Así  es  que  desde  luego,  prescin- 


damos de  la  etiqueta;  por  lo  tanto,  aquí  no 
soy  Rey,  soy  un  cazador  más  De  modo  que, 
mientras  yo  bajo  por  las  provisiones,  vos- 
otros id  poniendo  la  mesa.  (Las  mujeres  comien- 
zan á  sacar  de  la  cesta  todo  el  servicio  de  mesa  nece- 
sario para  campo,  de  un  lujo  que  corresponda  á  la 
categoría  de  los  personajes.  Reverencio  enciende  los 
farolillos  de  mano.) 

Kal.  Pero  ¡cómo!...  ¡Vuestra  Majestad!... 

Rey  ¡Y  dale!  He  dicho  que  aquí  no  soy  majestad. 

(Dándole  un  cachetito  amistoso  á  Kalcundio  )  Dame 
un  farolillo  de  esos.  (Reverencio  obedece.)  Vereis 

qué  vino  subo.  Ese  sí  que  es  un  tónico, 

doctor.  (Abre  la  trampa  ayudado  por  los  demás.) 

Ast.  Reparad,  señor,  en  que  el  aire  húmedo  de  la 

cueva  puede  seros  perjudicial. 
Rey  Pero,  doctor,  si  es  cuestión  de  un  momento; 

medio  minuto,  (comienza  á  descender.) 

Ast.  ¡Siendo  así!...  ¡Dios  quiera  que  os  enfriéis! 

Rey  No  lo  creo  (Desaparece.) 

Kal.  ¡Qué  sencillez  la  de  nuestro  monarca! 

Fin.  ¡A  pesar  de  su  edad,  tiene  un  alma  de  niño! 

Arm.  Hoy,  verdaderamente  está  infantil. 

Kal.  (Aparte  á  los  ministros.  Y  á  propósito:  ¿qué  ha- 

brá sido  de  nuestras  ondinas? 

Arm.  •  Seguramente  estarán  ya  en  sus  casas.  Caan- 
do  las  vi  por  última  vez,  descendían  del 
monte. 

Fin.  Justo,  es  verdad;  cuando  yo  las  vi,  iban  por 

la  falda. 

Kal.  Por  la  falda.  .  y  por  la  hlusa.  (Ríen  ios  otros,  se 

escucha  en  la  cueva  ruido  de  tropezones  y  golpes, 
todos  acuden  y  aparece  el  Rey  sin  sombrero,  pálido, 
desencajado,  con  el  cuello  desabrochado  y  la  corbata 
deshecha,  con  dos  botellas  cubiertas  /ie  polvo,  que 
arroja  al  suelo  y  recoge  Ovilio  y  Reverencio,  dejándo- 
las sobre  la  mesa.  Adelia  trae  una  silla,  en  la  qae 
sientan  al  Rey,  que  cae  medio  desmayado  en  los  bra- 


^  56  — 

zos  de  Astenio,  que  le  pulsa  y  reconoce,  los  ministros 
cierran-  la  trampa  de  la  cueva  y  todos  rodean  al  mo- 
narca; en  primer  término  la  Reina  y  con  las  servilletas 
y  pañuelos  le  hacen  aire.) 

Música 


Reina 

Princesas 

Ministros 

Oviiio 

Ast. 

Rev. 

Todos 


¡Ay,  qué  le  habrá  ocurrido! 
¡Ay,  qué  le  habrá  pasado! 
¡Está  descolorido! 


Está  desencajado. 

Apenas  si  respira, 
la  vida  se  le  va 
j  tiembla  de  tal  modo 
que  es  una  atrocidad. 


Reina  ¡Vicente!  ¡Mi  Vicente! 

¿Qué  te  ha  ocurrido,  di? 
Rey  ¡Aire!  ¡Yo  quiero  aire! 

Reina  ¿Q^^^  dice? 

Todos  Que  quiere  aire. 

Rey  ¡Aire!  ¡Aire!  ¡Aire! 

(comienzan  con  servilletas  y  pañuelos  á  darle  aire 
compás.) 


Todos 


Reina 


Rey 
Todos 


Rey 


Démosle  oxígeno, 
démosle  hidrógeno 
con  gran  cuidado 
y  actividad. 
Aire,  que  es  tarde, 
no  descansemos 
á  ver  si  vuelve 
Su  Majestad. 
Por  Dios,  más  despacito 
y  no  hacerlo  al  desgaire, 
que  puede  hacerle  daño. 

¡Aire'  ¡Aire!  ¡Aiie! 
Vayamos  despacito 
y  no  hacerlo  al  desgaire 
que  puede  hacerle  daño. 
¡Aire!  ¡Aire!  ¡Aire! 


—  67  — 


Todos  Ya  su  pecho  baja  y  sube 

y  esto  pronto  pasará. 
De  fijo  se  recobra 
de  un  soplo  nada  más. 
Ufff. 

(Soplando  á  un  tiempo.) 

Rey  Achits. 
Todos  ¡Jesús! 
Reina  ¡Se  constipó! 

Todos  Era  lo  seguro 

con  este  ciclón. 

Hablado 

Rey  ¡Ya  estoy  bien!  ¡Ya  pasó!  ¡¡Qué  mal  rato!! 

Rema        Pero,  ¿qué  ha  sido? 

Rey  No,  nada;  que  me  empeñé  en  cogerlas  y  por 

poco...  (Se  tienta  la  cabeza.)  ¡qué  porrazOs! 

Reina        Pero,  ¿á  qué  te  refieres? 
Rey  ¿A  qué  voy  á  referirme,  mujer?  ¡A  las  bo- 

tellas! 

Reina        ¡Pero  detalla,  por  Dios! 

Rey  Pues  nada,  hija,  verás...  que  bajé,  y  apenas 

bajé,  aunque  estaban  así...  apiñadas,  detrás 
de  la  escalera,  las  vi  en  seguida,  me  fui  á 
ellas  y  al  llegar  ¡zás!...  me  apagaron  la  luz... 
las  corrientes  de  aire;  y  entonces  empecé  á 
andar  á  tientas...  y  no  puedes  figurarte  los 

golpes...  ¡toca  y  verás!  (indicando  la  cabeza.) 

Reina        Pero,  ¿cómo  tiene  Faustino  las  botellas?  • 
Rey  Pues  muy  mal,  ¿sabes?  porque  las  grandes 

están  sin  orden  ni  concierto,  y  las  chicas, 

están  detrás  de  unos  toneles,  y  el  que  vaya 

á  cogerlas,  se  cae. 
Kal.  ¡Qué  desbarajuste! 

Ast.  Debía  tenerlas  en  orden,  bien  formadas. 

Rey  No,  si  bien  formadas  deben  estar;  ahora  que, 

¡claro!  entre  la  falta  de  luz  y  los  trastazos, 

pues...  me  ha  dado  un  pequeño  mareo; 

nada  de  importancia.  ¿Cuántas  botellas  he 

subido? 

OviliO  Dos;   aquí  están.  (Leyendo  las  etiquetas.)  «Vino 

de  cincuenta  años.»  ¡Ya  puede  ser  bueno! 
Rev.  ¡Pues  hay  abajo  unas  de  dieciocho,  que  atur- 

den! Dadme  el  otro  farol,  que  voy  á  ver  si... 

(Levantándose.  Adelia  aparta  la  silla.) 


—  58  — 


Reina        (Deteniéndole.)  Péro,  ¿estás  loco?  ; 

Rey  ¡Si  ya  me  encuentro  bien! 

Kal.  ¡Imposible,  señor!  El  gobierno  no  puede 

consentir  que  os  expongáis  á  nuevos  porra^ 

zos. 

Reina        Tiene  razón  el  Presidente. 
Rey  Pero  si... 

Kal.  Bajaré  yo. 

Rey  ¡No!...  ¡quiá!.  ¡de  ninguna  manera!  Coges  un 

reuma. 

Kal.  Coja  lo  que  coja,  es  mi  deber  y  bajo,  (Abre 

la  trampa  y  coge  el  otro  farol  que  le  entrega  Reveren- 
cio, j 

Ovilio        Tiene  razón;  es  el  que  debe  bajar. 
Rey  Pero,  hombre,  si  es  que  va  á  coger... 

Kal.  Coja  lo  que  coja  es  mi  deber  y  bajo.  (Desciende.) 

Rey  (Aparte.)  (¡Se  ha  empeñado!...  ¡¡Lo  escala- 

bran!!) 

Reina  Tú,  lo  que  debías  hacer,  es  tomar  una  copi- 
ta  de  añejo,  que  estarás  nervioso  todavía* 
Príncipe:  sírvele  vino  al  Rey. 

Ovilio  (obedeciendo.)  Tomad,  señor.  (Se  oyen  ruidos  en 

la  cueva.) 

Rey  (En  tono  burlón  )  ¿Se  oyc  algo  abajo,  querido 

Armandio? 

Arm.  Sí;  escucho  unos  ruidos  así  como  de  botellas 

que  ruedan...  de  tropezones... 
rfey  ¿Lo  veis?  Ha  tropezado  con  ellas:  ¡se  mata! 

Voy  á  bajar  yo,  porque  si  no  se  mata. 
Todos  Pero... 

Rey  Basta,  es  mi  deseo.  No  quiero  que  se  me 

desgracie  un  estadista.  (Baja.) 
Reina         Pero,  por  Dios;  ¡es  una  exageración! 
Arm.  Yo  creo,  que  imitando  su  ejemplo,  debíamos 

bajar  todos. 
Ovilio        Es  una  idea  acertadísima. 

Fin.  Bajemos  todos.  (Se  dirigen  hacia  la  cueva.) 

ESCENA  III 

DICHOS  menos  el  REY  y  KALCÜNDIO.  Por  el  foro  derecha  FERMI- 
NA con  un  lío  grande  de  ropa.  Entra,  pero  queda  casi  en  el  dintel 
de  la  puerta  ^ 

Fer.  ¿Dan  su  Real  licencia? 

Reina  (Deteniéndose,  como  todos)  ¡Eh!...  ¿Qué  quiereS? 


—  59  — 


(Quedan  á  la  derecha  los  Ministros  y  Astenio,  Ferrolna 
en  el  centro  y  los  demás  á  la  izquierda.) 

fer.  Perdone  Vuestra  Majestad,  pero  es  que  trai- 

go la  ropa  para  las  chicas. 

Reina         ¿Para  qué,  chicas?  ' 

Fer.  Pues  pa  la  Bertina,  la  hija  del  Guarda  ma- 

yor, pa  mi  sobrina  Marínela  y  pa  la  Efro- 
nia,  que  están  las  pobrecitas...  (vacilando.) 

Reina        ¿Cómo  están? 

Fer.  Pues  na,  señora:  una  gracia  que  les  han  hev 

cho  los  mozos  y  que  Vuestra  Majestad  cas* 
tigará  seguramente  en  cuanto  lo  sepa. 

Reina  Acaba. 

Fer.  Pues  na,  que  según  me  ha  dicho  Faustino 

las  tres  chicas  se  le  han  presentao  aquí 
como...  como  Dios  las  echó  al  mundo. 

Reina  ¡Jesúsl 

Fer.  Porque  estaban  bañándose  y  les  quitaron  la 

ropa. 

Reina        ¡Qué  indignidad! 

Fer.  Y  el  pobre  Faustino,  no  sabiendo  qué  hacer, 

las  metió  en  la  cueva.  (Asombro  general.) 

Reina         ¿En  qué  cueva? 

Fer  En  esa.  (señalando  la  trampa.) 

Todos       (Estupefactos.)  ¡¡En  esaü 

Ast.  (¡Ahora  me  explico  la  congoja  de  Su  Majes- 

tad!) (Desciende  un  escalón,  pero  inmediatamente  re- 
trocede.) 

Ovilio        (¡Y  los  coscorrones!) 

Reina         De  modo  que  tres  mozas...  ¡y  sin  ropa! 

Fer.         Ni  pizca. 

Fin.  (Mirando  hacia  abajo.)  (¡Qué  lástima,  si  yO  lo  sé!) 

Reina  Dame  ese  lío.  (Fermina  obedece.) 

Arm.  (Que  está  mirando  por  la  escalera  de  la  cueva.)  Se-  ' 

ñora;  me  parece  que  suben. 

Reina  Silencio  todo  el  mundo.  (Esconde  el  lío  tras  ella: 

todos  quedan  inmóviles.) 

ESCENA  IV 

DICHOS,  KALCÜNDIO.  Después  el  REY 


Kal. 


(Apareciendo  temeroso,  manchado  y  con  alguna  que 
otra  señal  de  los  golpes,  los  pelos  de  punta  y  el  farol 
apagado  y  roto.)  ¡AgUa!  (Nadie  se  mueve.)  ¡¡AgUa!! 


>  60  — 


.Rey  (subiendo  precipitadamente  con  el  sombrero  puesto  del 

revés.)  ¿Véis?...  ¿Véis  lo  que  yo  os  decía? 
¡También  se  ha  caído! 
Kal.  ¡jAgual! 

Rey  Dadle  un  poco  de  agua.  (Asombrado  que  nadie 

obedezca,  los  mira  asombrado;  Armandio  le  indica  con 
la  mirada  la  presencia  de  Fermina.)  Pero  ¿C[Ué  pasa? 
(silencio  embarazoso.  Armandio  sigue  con  sus  señas.) 

¿Qué? 

Arm.  (Aparte  á  Kalcundio.)  ¡La  tía! 

Kal.  (Aparte  al  Rey.)  DÍCC  que  la  tía. 

Rey  ¿La  tía  de  quiéQ? 

Fin.  (Aparte  á  Armandio.)  La  del  líO. 

Arm.  (Á  Kalcundio.)  La  del  lío. 

Kal.  (Al  Rey.)  Dicc  que  la  del  lío. 

Rey  ¿La  de  qué  lío? 

Ovillo  (Aparte  al  Rey,  por  el  lado  izquierdo.)  ¡El  diluviol 

Rey  Pero,  ¿es  que  llueve? 

■Ovillo        (ídem!)  ¡El  caos! 

Rey  ¡No  me  enredes,  Ovillo!  ¿Qué  pasa;  queréis 

hablar  claro? 

Reina         Pues  pasa,  querido  esposo,  que  quiero  pe- 
dirte un  favor. 
Rey  Tú  dirás. 

Reina         Hazme  el  obsequio  de  bajar  esto  á  la  cueva. 

(Le  entrega  el  lío.) 
Rey  (Tomándolo.)  ¿Qué  líO  es  CStC? 

"Fin.  (Aparte  al  Rey.)  EspantOSO.  (Todos  van  cogiendo 

sus  arreos  de  caza.) 

Rey  Bueno,  ¿pero  se  puede  saber. .? 

Reina  (Altanera.)  Majestad,  no  os  detengáis;  bajad, 
para  que  esas  desgraciadas  puedan  cubrir 
sus  carnes,  antes  de  que  alguien,  imitando 
vuestra  sádica  conducta,  trate  de  contem- 
plarlas á  su  antojo  Seguidme.  (Vase  fondo  iz- 
quierda, seguida  desús  hermanas,  Ovilio,  Astenio 'y 
Reverencio.) 

Est.  ¡Qué  concupiscencia!  (vase.) 

.Rey  (Tratando  de  detener  á  su  esposa.)  PcrO,  OJC,  yO  te 

aclararé...  Que  no  las  hemos  visto  Que  á  mí 
me  echaron  un  saco  por  la  cabeza...  y  á  este 

dos.  (viendo  que  se  van  sin  hacerle  caso.)  Nada;  Se 
marcha.  ¡Qué  lío!  (Reparando  en  el  de  ropas  que 
aun  conserva  y  dándoselo  á  Fermina.)  Toma;  toma 
el  lío  y  que  se  vistan.  (Fermina  desciende  á  la 
cueva.) 


—  61  — 


K  ¡La  Reina  va  como  para  pedirla  una  graciat 

Fin.  Temo,  Majestad,  que  váis  á  tener  un  graví- 

simo disgusto  de  familia. 
Rey  ¿Y  qué  hacer? 

Arm.         ¡Qué  sé  yo! 

Rey  ¿No  sois  mis  consejeros?  Pues  aconsejadme. 

Kal.  (Preparándose  para  el  discurso.)  Señor:   el  aSUnto 

es  tan  escabroso,  que  -  el  Gabinete  que  pre- 
sido .. 

Rey  (incomodado.)  Basta.  ¡Dios  mío!  La  cueva  que- 

me delata...  el  Gabinete  que  no  me  aconse- 
ja... el  recibimiento  que  me  va  a  hacer  la> 
Reina...  ¡Me  está  bien  empleado  por  ser 
constitucional!  Si  fuese  absoluto,  no  me  pa- 
saría esto. 

Kal.  Vamos,  señor. 

Rey  Vamos. 

Kal.  -Viva  Vicente  XXIV! 

Rey  ¡Viva!  Puede  que  no  viva  ni  veinticuatro... 

horas.  (Vanse  fondo  izquierda.) 

ESCENA  V 

ÍERMINA,  BERTINA,  MARINELA  y  EFRONIA,  de  la  cueva 

Música  en  la  orcfuesfta 

Fer.  (sube,  mira  por  el  fondo  si  se  han  alejado,  vuelve  y 

hace  señas  á  las  de  abajo.)  Subid. 
(Van  saliendo  las  tres,  con  falda  y  corpiño  puesto, 
otros  de  los  cuadros  anteriores,  naturalmente,  y  con  el 
pelo  sin  peinar,  temerosas  y  ruborosas,  acabando  de 
arreglarse.) 

Ber.  ¿Se  han  ido  ya? 

Fer.  Sí;  subid  sin  cuidado. 

Efro.  ¡Dios  mío,  qué  vergüenza! 

Mar.         Yo  no  me  vuelvo  á  bañar  en  mi  vida. 

Ber.  (Á  Fermina.)  Oye:  ¿me  harán  algo  por  el  po- 

rrazo que  le  he  dao  al  Rey  en  las  narices? 

Fer.  Según:  si  se  le  hinchan  mucho,  dos  meses 

de  cárcel. 

Ber,  (Muy  apurada.)  ¡Ay,  Dios  mío,  quc  no  se  le 

hinchen! 

Mar.         Pero,  ¿por  qué  le  diste  en  las  narices? 


—  62 


"Ber.  Porque  me  pareció  lo  menos  respetable. 

Ter.  Andad;  vamos.  (Se  dirigen  ai  foro.  Cae  el  telón  de 

cuadro.  Orquesta  sola.) 


MUTACIÓN 


CUADRO  TERCERO 

íJn  salón  de  Palacio  perteneciente  á  las  habitaciones  de  1&  Reina. 
Este  salón  será  diferente  en  mueblaje  y  arquitectura  al  del  primer 
acto.  Puertas  al  fondo  y  en  primeros  términos.  Es  de  día. 


ESCENA  PRIMERA 

Aparece  OVILIO  con  el  traje  del  primer  acto.  En  la  puerta  del  fondo 
REVERENCIO 

Hablado 

Rev.  ¿Dais  vuestro  permiso? 

Ovil  ¡o        Pasa,  mi  fiel  vasallo;  pasa. 

Rev.  (Entrando.)  ¿Vuestro  aUgUSto  tíO...? 

Ovilio  Está  mejor.  El  doctor  Astenio  cree  que  po- 
drá asistir  al  Besa-mano  que  con  motivo  de 
su  cumpleaños  debe  celebrarse  hoy.  Ya  com- 
prenderás, naturalmente,  que  esta  mejoría 
es  pasajera.  ¡E!  pobre  está  cada  día  más 
apagado! 

Rev.  Apagadísimo;  y  luego,  los  disgustos  pasa- 

dos... 

Ovilio  No  me  los  recuerdes.  En  fin,  gracias  á  la  ha- 
bilidad de  todos,  y  muy  especialmente  de 
los  Ministros,  pudo  conjurarse  el  conflicto; 
la  Reina  se  calmó,  hicieron  las  paces  y  ahí 
los  tienes,  que  llev¿m  tres  meses  tan  amarte- 
ladísimos que  cualquiera  diría  que  son  re- 
cién casados. 

Rev.  ¿La  Reina  no  ha  vuelto  á  insistir  acerca  del 

cambio  de  sus  Ayudantes? 

Ovilio  Ni  una  palabra.  Nuestro  plan,  querido  Reve- 
rencio, marcha  viento  en  popa  Los  feos, 


63  — 


preponderan;  Risalia  ve  en  mí  á  su  futuro 
monarca. 

Rev.  ¡Qué  alegría  tan  grande,  señor,  veros  maña- 

na Rey!  ¡Rey! 

Ovilio  '  (Tendiéndole  los  brazos.)  |Mi  buen  Reverencío! 
¿Cómo  podré  pagarte  tanto  cariño? 

Rev.  Conque  me  consideréis  vuestro  más  leal  ser- 

vidor, me  basta. 


ESCENA  II 

DICHOS,  KALCUNDIO,  FINANCIO  y  ARMANDIO,  como  en  el  pri- 
raer  acto,  sin  carteras.  Salen  por  el  fondo 

Kal.  ¡Amado  Príncipe! 

Ovilio  .       ¡Señores  Ministros! 

Kal.  ¿Qué,  habrá  por  fin  recepción  ó  no? 

Ovillo  La  habrá.  Su  Majestad  se  encuentra  con  más 
fuerzas,  hasta  el  extremo  de  que  la  Reina 
quiere  que  vea  las  modas  que  para  la  próxi- 
ma estación  invernal  le  han  traído  de  París, 
y  que  la  aconseje  en  la  elección. 

Arm.  Eso  significa  que  no  ha  vuelto  á  turbarse  la 

paz  conyugal. 

Fin.  ¡Y  Dios  quiera  que  siga  así! 

Rev.  (Desde  la  puerta  de  la  derecha.)  LoS  ReyeS. 


ESCENA  III 

DICHOS,  el  REY,  de  uniforme,  la  RHJINA,  ESTEROLICIA,  AMALIA 
y  ADELIA,  de  Corte  con  otros  trajes,  ASTENIO,  de  frac,  Damas  de 
guardia,  Alabarderos  y  Ujieres.  Después  Damas  de  palacio.  Caballe- 
ros, Dignatarios,  Diplomáticos,  Guardias  marinas,  y  por  último.  Cuer- 
po de  baile;  traje  á  capricho 

Rey  ¡Querido  sobrino!  ¡Señores  Consejeros!... 

Kal.  ¿Cómo  van  esas  fuerzas,  señor? 

Hey  Bastante  bien;  que  te  diga  este,  (por  Astenio.) 

Ast.  ¡Ah;  hecho  un  valiente!  Apropósito:  (a  Ovi- 

no.) aquí  tenéis,  como  Jefe  superior  de  Pala- 
cio, el  parte  para  la  Gaceta. 

Hey  (cogiendo  el  papel.)  ¡A  ver!  Tengo  curiosidad. 

'  (Leyendo.)  «Su  Majestad  el  Rey,  mejora  nota- 
blemente. La  pereza,  en  el  funcionamiento 


—  64  — 


digestivo,  que  padecía...»  Ah;  ¿de  modo  que 
lo  que  yo  tenía,  era  pereza  nada  más? 

Ast.  El  estómago;  ese  Real  órgano,  señor,  estaba 

bastante  perezoso. 

Rey  (Leyendo.)  «...  Que  padecía,  está  casi  vencida 

y  reguladas  las  funciones  nutritivas,  puede 
decirse  que  ha  cesado  el  decaimiento.  Su 
Majestad  la  Reina  y  Augustas  hermanas,  si- 
guen sin  novedad  en  su  importante  salud. — 

Doctor  Astenio.»  Muy  bien.  (Entrega  el  parte  á 
Ovilio.)  * 

Reina  Bien,  señores:  antes  de  que  llegue  la  hora  de 
pasar  á  los  salones  para  el  Besa-mano,  tengo 
interés  en  que  Su  Majestad  véa  los  modelos 
que  me  envían  para  la  próxima  estación. 

Kal.  En  ese  caso  nosotros...  (Hacen  ademán  de  reti- 

rarse ) 

Reina  No;  pueden  ustedes  quedarse;  siempre  será 
una  opinión  más.  Querido  sobrino:  ¿quieres- 
ordenar  que  vayan  pasando? 

Ovillo  Al  instante,  (los  Reyes  se  sientan  en  dos  sillones 

que  colocan  los  Ujieres  hacia  la  derecha;  tras  ellos  las 
Princesas  y  los  Ministros,  y  por  último  las  Damas  de 
guardia.  Ovilio  se  dirige  al  fondo,  da  órdenes  y  vuelve 
á  la  izquierda  de  los  Reyes.  Bis  en  la  orquesta  y  entra 
toda  la  Corte,  que  después  de  una  reverencia,  ocupan 
el  fondo  y  la  lateral  izquierda  las  Damas.)  Modelo 

de  traje  para  el  baile  nacional  «La  Risalia- 

na.»  (Entra  el  cuerpo  de  baile.  Todos  estos  por  el 
foro.j 

lUlúsica 

(Durante  el  número,  baile  á  gusto  del  señor  Director.;) 

Reina  Risaliana, 

baila  alegre  la  aldeana 
recordando  sus  amores, 

Risaliana, 
en  los  campos  que  huelen  á  flores. 

Risaliana,  ; 
es  la  danza  soberana 
de  la  pobre  patria  mía; 

Risaliana, 
y  al  cantarla  sentí  su  alegría.  i 

Danza 
que  la  música  suspira 


—  66  — 


Todos 


Reina 


y  es  su  ritmo  encantador 
canción  de  ardiente  amor. 
Danza, 

que  tu  amor  bailar  te  mira, 
y  te  sigue  á  donde  vas 
su  ardiente  corazón 
llevándote  el  compás. 

Soberana, 
que  cantáis  en  este  día 
porque  baila  una  aldeana 

risaliana; 
vuestro  canto  nos  dió  la  alearía» 

Soberana, 
cantar  quiero'  en  este  día 
mi  canción,  que  es  aldeana 

Risaliana, 
y  al  cantarla  sentí  su  alegría. 


Hombres 


Todos 


Danza  el  baile  popular  . 

sin  descansar, 
que  su  ritmo  encantador 

enciende  amor. 
Y  tu  cara  es  por  gentil 

rosa  de  Abril; 
y  tus  ojos,  miran  al  bailar 

y  hacen  pecar. 
Risaliana 
es  la  danza  soberana, 
etc.,  etc, 


Que  es  el  baile  nacional, 
y  el  bailarlo  es  un  honor, 
pues  su  ritmo  pasional 
es  el  canto  del  amor. 

Hablado 


Est  ¡Preciosos  trajes! 

Rey  ¿Quieres  que  pasen  los  de  sombreros?  (La 

Reina  vacila  y  se  pasa  la  mano  por  la  cara  dando 
muestras  de  ponerse  mala.)  PerO,  ¿qué  te  SUCedeS* 

Reina        No  sé...  un  desvanecimiento...  me  pongo 

mala...  (Todos  acuden  solícitos.) 

Est.  ¡Hermana  mía!  i  i 

6 


-  tí«  - 


Adelia  ¡Sentadlal 
Amalia  ¡Agual 

Hey  (sosteniendo   á  la   Reina  que  cae  en  sus  brazos,) 

¡Doctor I  ¡La  Reina  se  desmayal 
Est.  A  su  cámara;  llevémosla  á  su  cámaral 

Ast.  Sí;  pronto,  pronto,  (se  llevan  á  la  Reina,  por  la 

derecha,"  entre  sus  hermanas,  sus  damas  de  guardia  y 
el  doctor  Astenio.  Los  demás,  forman  grupos  eómen- 
tando;  los  guardias  Alabarderos  y  Ugieres  se  colocan 
á  la  entrada  de  la  habitación,  dando  la  espalda.) 

Key  ¡Dios  mío,  que  tendrá  la  Reina! 

Kal.  Nada,  señor,  no  alarmaros;  nada  de  cuidado 

seguramente. 

Fin.  Quizá  el  calor  de  esta  habitación. 

Arm.  Parece  mareada  tan  solo;  tened  calma. 

Rey  ¡Como  es  el  primer  mareo  que  la  he  cono- 

cido!... 

Ovilio  Es  extraño,  siendo  joven  y  fuerte. 
Kal.  ¡Que  incidente  más  desagradable! 

Fin.  ¡Y  en  un  día  como  el  de  hoy! 

Arm.  Ahora  nos  dirá  el  doctor  Astenio. 

Ast.  (Saliendo.)  ¡Señor!...   ¡Señor!...  (Todos  le  rodean; 

Reverencio,  pasa  á  la  izquierda  de  Ovilio.) 

Rey  ¿Qué  es?...  ¿qué  tiene?...  ¿qué  tiene?  ' 

Ast.  ¡Calmaos,  Majestad! 

Todos        Pero,  ¿qué  es? 

Ast.  Señores,  no  sé  cómo  decirlo...  ¡el  júbilo 

innuda  mi  alma!...  ¡la  alegría  entorpece  mis 
labios!...  ¡Señor! 

Rey  (impaciente.)  Acaba. 

Ast.  Tengo  el  gratísimo  honor  de  participaros 

que  la  sucesión  al  trono  de  Risalia  está  ase- 
gurada, salvo  complicaciones  improbables. 

Todos  (Asombrados.)  ¿Qué? 

Rey  (Loco  de  alegría.)  ¿Qué  diceS? 

Ast.  Lo  que  oís. 

Rev.  (¡Maldición!) 

Rey  Pero,  ¿oís  esto?  ¡Qué  alegría!...  ¡qué  orgu 

lio?... 

Todos  ¡Qué  felicid.'ld!...  ¡qué  suceso!...  (Todos  rodean 

al  Monarca  felicitándole.) 
■  Rev.  (Aparte  y  aterrado  á  Ovilio.)  ¿Oíste,  SCñor? 

Ovilio        Y  que  no  cabe  duda,  Reverencio;  hay  que 

felicitar  á  mi  tío:  ¡á  él  solo! 
Rev.  (¡Quien  podía  imaginar!...) 

Rey  Bueno,  Kalcundio;  no  quiero  qi^e  la  noticia 


—  67  — 


tarde  en  llegar  á  mis  subditos,  de  modo  qu^ 
quita  el  parte  ese  de  mi  pereza  y  pon  la 
fausta  nueva;  ponía  á  escape. 

Arm,  Sí;  pronto,  pronto.  (Ovüío  entrega  el  parte  á  Kal- 

cundio.) 

Fin.  ¡Que  se  esparza!...  ¡que  se  divulgue! 

Rev.  (Aparte  á  Oviiio.)  ¿Y  qué  hacemos  con  tanto 

feo? 

Ovllio  Licenciarlos;  para  lo  que  nos  han  servido... 
Arm.  Señor:  yo,  con  motivo  del  fausto  suceso^ 

quisiera  un  título  del  Reino. 
Fin.  Yo,  una  gran  cruz, 

Kal.  Yo,  un  gran  collar. 

Rev.  Que  se  me  asigne  una  pensión. 

Ast.  Que  se  me  ascienda. 

Rey  ¡Basta,  basta!  ¡Por  Dios,  no  marearme!  ¡Por 

la  Virgen  Santa!;  no  pedirme  nada.  Me  en- 
cuentro tan  débil...  ¡tan  flojo!... 

Rev.  (a  oviiio.)  (Pues,  ¿no  dice  que  está  flojo?) 

Ovilio  (Es  una  martigala;  el  Rey,  es  un  vivo.)  (Alto 
á  todos.)  Señores:  ¡viva  el  Rey!...  Truenen  los 
cañones;  suenen  músicas  y  campanas;  alé- 
grese Risalia,  Yo  me  vuelvo  á  mi  barco, 
Majestad. 

Rey  ¡Cómo!  Pero,  ¿vas  á  dejarme  solo,  tan  flojo 

como  estoy?  ¡Tú;  tan  adicto  á  la  Monar- 
quía! 

Ovilio  No  temáis,  señor.  Vuestro  trono  cada  día 
será  más  firme.  Nadie  como  vos  para  hacer- 
se partidarios.  ¡Viva  el  Rey! 

Todos  ¡¡Viva!!  (Música  y  telón.) 


FIN  DE  LA  OBRA 


Los  autores  se  complacen  en 
consignar  que  el  inteligente  é  in- 
fatigable director  de  escena  Vicen-  * 
te  Carrión,  ha  puesto  esta  obra 
con  tanto  cariño  como  acierto. 


OBRAS  DE  ANTONIO  PASO 


ILa  candelada,  zarzuela  en  nn  acto. 
1:1  señor  Pérez,  ídem  id- 
lEl  niño  de  Jerez,  ídem  id. 
El  §:ran  Visir,  ídem  id. 
da  casa  de  las  comadres,  ídem  id. 
liOS  diablos  rojos,  ídem  id. 
Todo  está  muy  malo,  diálogo, 
lias  escopetas,  zarzuela  en  un  acto. 
I^a  zfng-ara,  ídem  id. 
lia  marcha  de  Cádiz,  ídem  id. 
£1  padre  Benito,  ídem  id. 
Sombras  chinescas,  revista  lírica  en  un  acto 
liOS  cocineros,  saínete  lirico  en  un  acto. 
liOS  rancheros,  zarzuela  en  un  acto. 
Blstoria  natural,  revista  lírica  en  nu  acto. 
Kl  fin  de  Ra  cambóle,  zarzuela  en  nn  acto. 
I<as  fig-uras  de  cera,  ídem  id. 
Alta  mar^  juguete  cómico  en  un  acto. 
Churro  Brag-as,  parodia  de  Curro  Vargas. 
Concurso  universal,  revista  lírica  en  un  acto. 
liOS  presupuestos  de  Vlllapierde,  revista  política  ea  an  acto, 
lia  alegría  de  la  huerta,  zarzuela  en  un  acto. 
£1  Missisipí,  ídem  id. 
lia  luna  de  miel,  ídem  id. 
lias  Tenecianas,  idem  id. 
liOs  niños  llorones,  saínete  lírico  en  un  acto. 
£1  bateo,  idem  id , 

£1  respetable  público,  revista  lírica  en  un  acto. 

lia  corría  de  toros,  saínete  lírico  en  un  acto . 

El  solo  de  trompa,  zarzuela  en  un  acto. 

£1  cabo  López,  idem  id. 

lia  vírg-en  de  la  Luz,  idem  id. 

£1  pelotón  de  los  torpes,  idem  id. 

£1  picaro  mundo,  ídem  id. 

£1  trébol,  ídem  id. 

El  aire,  juguete  cómico  en  un  acto. 

lia  torería,  zarzuela  en  un  acto. 

Caloría  pura,  ídem  id . 

lia  misa  de  doce,  entremés  lírico. 

Hule!,  idem  Id. 

Frou-Frou,  humorada  lírica  en  un  acto, 
lia  mulata,  zarzuela  en  tres  actos, 
-lia  reina  del  couplet,  idem  en  un  acto. 


El  Ilustre  Beeóehez,  idem  id. 

El  aire,  idem,  id. 

El  rey  del  valq^ ,  idem  id. 

£1  arte  de  ser  l^onita,  humorada  lírica  en  un  acto, 
L>a  taza  de  té,  caricatara  japonesa  en  un  acto.  > 
I.OS  mosqueteros,  zarzuela  en  un  acto, 
lia  loba,  idem  id. 
lia  hostería  del  laurel,  idem  id. 
lia  marcba  real,  zarzuela  en  tres  actos, 
lia  alearre  trompetería,  humorada  en  un  acto. 
Tenorio  feminista,  parodia  lírico-muieriega. 
El  quinto  pelao,  zarzuela  en  tres  actos . 
liOS  ojos  neg'ros,  idem  en  un  acto. 
Mayo  florido,  sainetc  lírico  en  un  acto, 
lid  repiiblica  del  amor,  humorada  lírica  en  un  acto 
La  tribu  gitana,  zarzuela  en  un  acto. 
El  §:ran  tacaño,  comedia  en  tres  actos. 
Eos  hombres  alejes,  saínete  lírico  en  un  acto. 
Eos  perros  de  presa,  viaje  en  cuatro  actos. 
El  paraíso,  comedia  en  dos  actos. 
jMea  eulpa!,  disgusto  lírico  original  y  en  prosa. 
Crenio  y  fig-ura,  comedía  en  tres  actos. 
Ea  partida  de  la  porra,  saínete  lírico  en  un  acto. 
Ea  mar  salada,  comedia  en  dos  actos  y  en  prosa. 
Ea  alegría  de  Tivir,  comedia  en  cuatro  actos  y  en  prosa. 
Eos  viajes  de  Oulliver,  zarzaela  cómica  en  tres  actos. 
Ea  divina  providencia,  juguete  cómico  en  tres  actos. 
Ea  gallina  de  los  hueyos  de  oro,  comedia  de  magia  en  dosaoioa^ 
El  verbo  amar,  opereta  en  tm  aóto,  divido  en  un  prólogo  y  doa. 
cuadros. 

Baldomero  Pachón,  imitación  cómico-lirico-satirica  en  dos  actos,. 

Pasta  flora,  comedia  en  tres  actos  y  en  prosa,  original. 

El  debut  de  la  chica,  monólogo  en  prosa. 

El  orgullo  de  Albacete,  juguete  cómico  en  tres  actos. 

Ea  pata  de  gallo,  monólogo  cómico  en  prosas 

El  potro  salvaje,  zarzuela  cómica  en  un  acto. 

Ea  corte  de  Bisalia,  zarzaela  en  dos  actos. 


Precio:  1,S0  pesetas^